12 de Noviembre natalicio de Sor Juana

Evocación a Sor Juana en su cumpleaños

Sor Juana y Quevedo...todo se puede decir

Las palabras eran perlas con las que podría hacer collares, ladrillos con los que construiría castillos, lodo con el que fabricaría personas...

Sor Juana precursora de la nueva mujer I

La palabra de sor Juana se edifica frente a una prohibición…Su decir nos lleva a lo que no se puede decir...

Sor Juana precursora de la nueva mujer II

Curiosa irredenta, estudiosa del mundo que le tocó vivir, poeta, mujer misterio, fiel a su vocación

Mujeres inconvenientes, sin centavear

Su producción literaria se caracteriza por su sinceridad y fuerza, que alcanzan tonos desconocidos de sus contemporáneos

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3 de enero de 2015

Dr. José Antonio Cárdenas Marroquín: Un techo de cristal

Corina Yoris-Villasana: Hablando de silencios

Corina Yoris-Villasana El Nacional, Venezuela, GDA


En días pasados, unos colegas universitarios enviaron a la red de la universidad sendas reflexiones sobre la necesidad del silencio, en esta época ruidosa, bullanguera, estridente. Ese llamado al sosiego me sirvió de motivo para el artículo de hoy. 

Silencio, proveniente del latín silentium, es un concepto que nos remite a “ausencia de ruido”, pero también es un recurso “paraverbal”. En un intercambio de ideas, en una simple conversación, un silencio puede ser interpretado de diferentes maneras; desde ser una simple pausa, aconsejada por la correcta puntuación que en el habla se guarda con esos silencios, o puede obedecer a una dramática significación. 

Podríamos hablar del silencio interior, donde reine la quietud profunda; o del silencio de los cartujos, primordial en aras de lograr la contemplación. Encontramos el silencio que nos acerca a pensar en el sentido profundo de la vida, como bien expresara Ratzinger en su momento. Podemos quedarnos en silencio por estupor al presenciar hechos que han atentado contra la humanidad, como es la visión de un campo de concentración. Ese silencio es también un grito desgarrador.

Topamos también con el silencio impuesto como castigo, o el silencio producto del temor a la sanción, a la represalia. Está el extraordinario silencio musical, “signo que representa gráficamente la duración de una determinada pausa en una pieza musical”. 

En este brevísimo recorrido por “los silencios”, emerge uno que abofetea a quienes participaron (y participan) de él: el silencio de la mujer; la condena de su libre expresión; la negación de su incursión en el mundo de la cultura, de la narrativa, de la filosofía. ¿Cómo han escapado (hemos escapado) las mujeres de ese silencio opresor? ¡Nada más y nada menos que usando “el lenguaje opresor”! Expresarnos como quieren y norman los artífices de esa opresión. La mujer fue considerada “musa”, pero no poeta. La “décima musa”, sor Juana Inés de la Cruz, es llamada así por no llamarla poeta. Incluso, el propio lenguaje reconoce el vocablo poetisa para la mujer, más no poeta. Tarda en aceptar este último para referirse a persona que escribe obras poéticas. 

Hay silencios que se convierten en delito; el silencio ante las injusticias; el silencio que se hace cómplice ante la tortura; el maltrato; la violación de los derechos. Bien decía Miguel de Unamuno que, a veces, el silencio es la peor mentira. El silencio informativo se puede tornar en delito; el silencio de quienes deben hablar y callan. Volvamos a los silencios que ennoblecen; a los silencios del amor; a los silencios de la poesía; al silencio musical. Al silencio de la noche, cercana al amanecer, cuyo nombre, tomado del latín conticinium, se refiere a esa hora cuando predominan la tranquilidad y el silencio; ese silencio inspira al gran Laudelino Mejías para componer el tan conocido vals venezolano “Conticinio”.

Este contenido ha sido publicado originalmente por Diario EL COMERCIO en la siguiente dirección:

http://www.elcomercio.com/opinion/opinion-hablando-silencios-expresion.html. 

Noticieros Televisa: Vida y obra de Sor Juana Inés de la Cruz, Octavio Paz

  • En el siglo XVII en México abundaron los escritores, los poetas y los teólogos pero la figura central fue una poetisa y una intelectual se llama Sor Juana Inés de la Cruz, decía Octavio Paz
Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe
CIUDAD DE MÉXICO, México, abr. 19, 2014.-Octavio Paz publicó en 1982 Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la Fe con el sello del Fondo de Cultura Económica.

El Premio Nobel de Literatura 1990 narra en su libro que hacia 1930, cuando él empezó a escribir, “la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz había dejado de ser una reliquia histórica” gracias a Amado Nervo y su libro Juana de Asbaje de 1910, a Ermilo Abreu Gómez quien editó Primero sueño, la Carta atenagórica y la Respuesta a sor Filotea de la Cruz y a Xavier Villaurrutia quien editó los Sonetos y las Endechas.

Octavio Paz, por influencia de Jorge Cuesta, leyó en esos años los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz. En 1971, la Universidad de Harvard lo invitó a dar cursos sobre Sor Juana. En 1974 impartió una serie de conferencias sobre Sor Juana Inés de la Cruz en el Colegio Nacional y a partir de esas notas, y de las grabaciones, empezó a escribir en 1975 su libro.

El 26 de junio de 1984, el también Premio Cervantes de Literatura, Octavio Paz, transmitió por Televisa el programa La Persona y la Obra de Sor Juana Inés de la Cruz como parte de la serie de televisión Conversaciones con Octavio Paz.

Aquí algunas de las reflexiones de Octavio Paz sobre la vida y la obra de Sor Juana.

“Los tres siglos que duró el periodo que llamamos, con cierta inexactitud, Colonial, fue una época de tranquilidad, paz y desarrollo”.

“No fueron siglos de cautividad como se ha dicho muchas veces, sino de gestación. En esos siglos se formó un pueblo, una Nación”.

“El segundo siglo, el siglo XVII, quizá al final, es el siglo del medio día, es el momento en que los mexicanos asimilamos, en el campo del arte, el estilo Barroco, y nos apropiamos de ese estilo con singular fortuna. Lo recreamos y le damos características especiales”.

“El Barroco de México es una contribución de la sensibilidad del pueblo Novohispano al arte mundial del siglo XVII.

"Pienso en la arquitectura, en la escultura, sobre todo en la poesía, pero también en la cocina, por que en ese siglo se forma ya de un modo más claro la cocina mexicana”.

“Cuando hablo de cocina, al hablar de cultura, no cometo un disparate. La cocina no sólo es una manera de nutrirse, de alimentarse, sino que es una ciencia y sobre todo, es un arte. Además, la cocina acompaña a los hombres en una de las formas más altas de la civilización: el convivio, el banquete, la cena; y en la cultura nuestra hay dos momentos muy altos que están asociados a la cocina, el Banquete Platónico y La Última Cena de Jesús. Los dos momentos más altos tal vez de nuestra cultura”.

“En el Siglo XVII, en México abundaron los escritores, los poetas y los teólogos. Algunos de ellos fueron notables, pero la figura central, la luminaria, fue una mujer, una poetisa, pero también una intelectual. Esta mujer es una de los poetas más altos de nuestra lengua y en la América de habla española solamente se le puede comparar hasta el siglo XIX con otro gran poeta Rubén  Darío, y en la América de habla inglesa sólo encuentro de nuevo hasta fines del XIX solamente otros dos poetas, un hombre y una mujer, Whitman y Emily Dickinson; esa mujer nació en Nepantla y se llama Sor Juana Inés de la Cruz, Juana Ramírez”.

“Juana Inés nació en el caserío de San Miguel, Nepantla, en las estribaciones del volcán Popocatépetl, en el año de 1648. El 2 de diciembre fue bautizada Inés hija de la Iglesia, que quiere decir, hija natural. Pasó su primera infancia en la vecina hacienda de Panoaya que perteneció a su familia por seis generaciones”.

“Vivió al lado de los virreyes de los dieciséis a los veinte años, tomó los hábitos cuando iba a cumplir veintiún años y profesó en el convento de San Jerónimo”.

“¿Porqué cuando nada en su vida era indicio de una vocación religiosa y la rodeaba la admiración general, abandona la Corte y se encierra en un convento? Toma los hábitos porque según escribió más tarde, para la negación total que tenía al matrimonio era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir, que era de querer vivir sola, de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de estudio, ni rumor de comodidad que impidiese el sosegado silencio de sus libros".

"Sor Juana toma una decisión racional. Su elección no fue resultado de una crisis espiritual, ni de un desengaño sentimental, fue una decisión sensata, consecuente con la moral de la época y con los usos y convicciones de su clase”.

“El convento no era escala hacia Dios, sino refugio de una mujer que estaba sola en el mundo. El claustro conventual es el equivalente de la una biblioteca. Sor Juana estudió sola, no tuvo maestros, sus únicos y mudos confidentes fueron los libros”.

“Las pinturas que hoy conocemos de ella son de Miranda y Cabrera. En el cuadro de Miranda, Sor Juana está de pie, sentada en el de Cabrera, la semejanza comienza por el fondo de los dos cuadros, un paisaje de libros. En los dos retratos, la mano izquierda acaricia las cuentas de un rosario muy grande que hace las veces de un collar, el gesto es más galante que devoto. En el centro un escudo, la virgen guerrera”.

“Ya es hora de hablar un poco de Primero sueño, el gran poema filosófico de Sor Juana. Es un poema muy difícil, por su tema, por su asunto, pero también por su lenguaje y por su arquitectura verbal. Tal vez la mejor descripción de este extraño poema es la del padre Calleja que fue lector inteligente y admirador de Sor Juana. El piensa que el tema de Primero sueño es este:

Siendo de noche me dormí, soñé que de una vez quería comprender todas las cosas de que el universo se compone, no pude ni aún divisas por categorías, ni aún sólo un individuo, desengañado amaneció y desperté”.

“Me parece que en su concisión describe muy bien el tema de primero sueño, el cuerpo duerme, el alma esta despierta, se lanza a los espacios para conocer los secretos del universo”.

“Primero sueño es un delirio, pero es un delirio racional; es un poema no claro, no hay colores radiantes como en Góngora, es un poema en claroscuros, es un poema hecho de oscuridades y sombras rotas por relámpagos repentinos, por claridades súbitas”.

“Su tema también es un tema poco frecuente en la historia de la poesía. Su tema es el conocimiento, mejor dicho, el acto de conocer. Es un tema que no fue usado por los poetas del siglo XVII. Ni Góngora, ni Quevedo, ninguno de los grandes poetas de ese siglo escribió algo semejante, tampoco en la tradición española”.

“Para encontrar algo equivalente a este poema de Sor Juana más bien hay que ir al siglo XX, a la poesía de Valéry, o antes, a la poesía de Mallarmé, es decir, a los grandes poemas filosóficos de la modernidad. El poema de Sor Juana es un poema filosófico profundamente influido por el neoplatonismo, como toda su poesía, en este caso el neoplatonismo hermético”.

“Posiblemente vivió esas ideas en el padre Kircher, un jesuita famoso en su siglo, naturalmente Sor Juana insertó este neoplatonismo hermético en la neoescolástica de su siglo y de su época”.

“Sor Juana se apoyaba en el favor del palacio virreinal para afirmar su posición en el convento y conservar su independencia frente a las otras monjas. Así, tuvo que enfrentarse no sólo a las intrigas y celos de la comunidad, sino más profundamente a la incompatibilidad entre la vida libre y solitaria del escritor y la colectiva y rutinaria del convento. El saber desinteresado de Sor Juana parece blasfemia o locura”.

“La amenaza más grave contra la independencia y seguridad de Sor Juana comenzó el día en que Francisco de Aguiar y Seijas fue nombrado arzobispo de México”.

“Inició una política de austeridad que pocos aplaudieron. Con la misma severidad reprobaba los espectáculos públicos, sobre todo el teatro. No conocía ni la amistad ni la confianza. Siempre se distinguió por su humor lunático y caprichoso, su devoción extrema y sus accesos de irritación”.

“Fue célebre por su horror a las mujeres; daba gracias a Dios por ser corto de vista, pues así no las veía. Eran una amenaza para su salud espiritual”.

“Amigo de Sor Juana fue el Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, teólogo y erudito, hábil administrador y político cauteloso”.

El obispado de Puebla era el segundo de la Nueva España, y no pocas veces sus obispos fueron rivales de los arzobispos de México; las rivalidades de los prelados se expresaban en formas encubiertas”.

“En 1690, Santa Cruz publicó la crítica de Sor Juana Inés al famoso sermón del jesuita portugués Antonio de Vieira sobre las finesas de Cristo. Sor Juana escribió esa crítica conocida como la Carta atenagórica, no por voluntad propia, sino para el obispo. Él fue el destinatario de esas carta, el dio la aprobación eclesiástica para que se publicara, él redactó el prólogo y él costeó la edición”.

“La Carta atenagórica fue el único escrito teológico de Sor Juana. El obispo de Puebla no oculta su desacuerdo con el pseudónimo de Sor Filotea de la Cruz, declara en la misiva que precede a la Carta atenagórica”.

“No pretendo que usted mude de genio renunciando a los libros, sino que lo mejore leyendo el de Jesucristo…De Aguiar y Seijas era amigo y admirador de Vieira”.

“La respuesta a Sor Filotea de la Cruz está fechada el primero de marzo de 1691; el nombre de su destinatario era un secreto a voces”.

“Sor Filotea de la Cruz no era sino el obispo de Puebla, el antiguo protector de Sor Juana. La respuesta a Sor Filotea es una autodefensa. ¿Y de que se defiende Sor Juana? se defiende de la acusación que se le ha hecho, un amor inmoderado a las letras humanas, un amor que le ha hecho olvidar sus deberes religiosos”.

“Para defenderse Sor Juana recuerda su niñez y la afición invencible que sintió desde niña por el saber, nos cuenta sus primeros estudios, las clases de latín, sus experiencias con las ciencias; cómo se interesa en la geografía y en la geometría, astronomía, en la física, en el derecho. Cómo lee a los grandes poetas y a las grandes poetisas de la antigüedad”.

“Nos cuenta las aventuras de su alma en la noche del saber, en la búsqueda del conocimiento, una biografía intelectual es algo no menos rico en incidentes y quizá  en enseñanzas que las biografías que nos cuentan las aventuras de los héroes o bien los hechos de los aventureros”.

“Una autobiografía intelectual como la de Sor Juana es un documento único por muchas razones, en primer lugar por su valor psicológico, nos descubre su alma, y en segundo lugar por su valor histórico y esto es esencial”.

“No solamente es una de las primeras autobiografías intelectuales de la cultura moderna, sino que es la primera autobiografía de una mujer; es la primera vez que una mujer nos cuenta su lucha con el conocimiento y es lucha no de una discípula, sino de una autodidacta en la soledad de su celda y en la soledad de sus lecturas”.

“La erudita norteamericana Dorothy Schons ha dicho con razón que Sor Juana es la primer feminista de América, yo añadiría algo más, es aún de las primeras víctimas del feminismo por que no fue únicamente por su saber sino por su sexo por lo que fue perseguida, por prelados orgullosos, celosos de su autoridad, y este destino de Sor Juana nos recuerda a nosotros, hombres del siglo XX, la suerte de tantos intelectuales, de tantos escritores y poetas que han sido perseguidos en todas partes del mundo por burocracias intolerantes, por burocracias seguras de su saber y que odian el saber ajeno”.

“La actitud de Fernández de Santa Cruz reveló una cautela que colindaba con la doblez y la hipocresía”.

“No contestó la carta de su protegida ni sabemos cuál haya sido su reacción al recibirla”.

“Era preferible abandonar a la monja que prolongar y envenenar una disputa no sólo con el arzobispo de México y sus amigos, sino con muchos jesuitas”.

RAMG



Por: Noticieros Televisa Fuente: Noticieros Televisa 19. Abr. 2014 Vida y obra de Sor Juana Inés de la Cruz: Octavio Paz

Fuente: http://noticieros.televisa.com/mexico/1404/vida-obra-sor-juana-ines-cruz-octavio-paz/

La Jornada: Dos retratos de Sor Juana

Teresa del Conde
H
oy día podemos examinar sin trámite alguno en el Palacio de Bellas Artes (segundo piso) el retrato de Sor Juana, por Juan de Miranda, perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, Rectoría) y contrastarlo con el de Miguel Cabrera, que es posterior.
La leyenda que ostenta el retrato de Juan de Miranda, llamado copia (es decir copia de la modelo según esa leyenda) termina con requiem, por tanto, un retrato póstumo y debido al uso moderno de la palabra copia no queda claro si es réplica basada en un supuesto autorretrato de ella, en cuyo caso a sus innumerales dotes hubiera añadido pericia pictórica.
Hay otro retrato, que está en el Museo de Filadelfia, que no se ha exhibido en México. Según los especialistas, tampoco éste es de mano de Sor Juana.
Uno más, perdido, fue litografiado por Lucas de Valdés, pero tampoco se sabe si el original fue realizado por Sor Juana. Octavio Paz fue un consumado ensayista, además de un lector insaciable, pero no fue propiamente hablando un investigador que persiguiera con tenacidad obsesiva un tema en lo particular. El más reciente ensayo sobre los retratos, gracias a la pluma de José Pascual Buxó, puede acarrear mayores luces.
Yo supondría que Paz sí vio el retrato de Sor Juana por Juan de Miranda, no con demasiada atención o bien lo hizo de manera apresurada. En su libro Sor Juana y las trampas de la fe se entretuvo demasiado en una larga diatriba que entabló con nuestro venerado Francisco de la Maza.
Hay más retratos que se han perdido o que no han sido localizados, alguno o algunos fueron regalados por Sor Juana a la virreina María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes, y la constancia que existe la proporciona ella misma.
La confusión sobre sus posibles prácticas pictóricas en buena parte se debe a que en su caso la palabra copiase usaba tanto en el sentido actual de imitación (reproducción de otra pintura), como de retrato (copia del modelo de carne y hueso).
Dada la enjundia de la modelo, el retrato que pertenece a la UNAM llega a tener carácter de reliquia, pero desde mi punto de vista como pintura retratística sea novohispana o de cualquier latitud en el siglo XVII, no es excelente.
Todos los retratos de Sor Juana derivan de una fuente común y por lo menos estamos ciertos de que el rostro se corresponde con el de la poeta, ya sea que el de Miranda sea o no copia del de Filadelfia, de otro que se ha perdido o de alguna obra desconocida para la que Sor Juana sí posó directamente.
El rostro plasmado tanto por De Miranda, como Cabrera, no es un esquema ni una idealización, parece realmente fidedigno a partir de una fisonomía posada, pues todas las fisonomías conocidas coinciden.
El de Miranda es muy plano y la figura de la monja, desde el aspecto visual común, parece apeada en una especie de pedestal que mediría aproximadamente más de un metro de altura.
Ese pedestal corresponde no sólo a la amplitud de un miriñaque, sino a un cono truncado sobre el que está parada la modelo, cuya cabeza cabe más de nueve veces en relación con la altura de la figura. No es necesario hacer la medición, basta ver la longitud desde la cintura hasta el borde azulado en que termina el hábito. La cosa es que tal alargamiento no es una derivación manierista, como sucede con las figuras del Parmigianino, sino un medio de conferir etiqueta. Aparte la inclinación del libro al que apunta su dedo índice está invertido, eso se debe a que el libro debe someterse al texto que contiene, o sea el soneto de la esperanza “verde embeleso de la vida humana…” Estos son detalles interesantes de observar en dicha pintura, sin menoscabo de su disfrute, sino al contrario.
El retrato de Cabrera, proveniente del Museo Nacional de Historia, es mayormente pictoricista y, aunque de carácter oficial, es de mejor pincel, baste detectar la configuración de las manos. Igual ignoro si Octavio Paz lo vio o no, porque él anota que “los ojos no nos miran…” y es contundente no sólo que hacen contacto de ojo con el espectador, sino que siguen la propia vista, el iris mirándonos un poco de reojo, como sucede con la fisonomía realizada por Miranda.
Los ojos del pincel de Cabrera son ligeramente exoftálmicos (párpados marcados, globo ocular pronunciado hacia afuera). Actualmente uno puede dialogar con estos dos homenajes, y como anota Octavio Paz, visualmente al menos, nos queda idea fija de semblanza y empaque. En el cuadro de Cabrera ella está sentada, pero si imaginariamente la paramos, resultaría casi una giganta, cosa que puede deberse a los siguientes factores: a) es una deferencia hacia al cuadro de Juan de Miranda, b) obedece a la misma licencia poética que la etiqueta determina, c) es resultado de impericia proporcional anatómica. En la misma sala de exhibición hay dos castas de Cabrera que son excelentes muestras de su quehacer pictórico. Eso me lleva a plantearme una pregunta: ¿su retrato de Sor Juana pudiera ser obra de taller que él retocó?

Fecha: Martes 9 de diciembre de 2014 
Fuente:

2 de diciembre de 2014

Poblanerías: Sor Juana Inés de la Cruz, gran exponente del Siglo de Oro


Fuente: http://www.poblanerias.com/2014/11/sor-juana-ines-de-la-cruz-gran-exponente-del-siglo-de-oro/

12 de julio de 2014

Sor Juana: infografía con su historia.



































Fuente: Revista Vértigo, véase:

Vértigo Político

Plataforma de análisis e investigación política de México.
México, Distrito Federal · vertigopolitico.com

9 de enero de 2014

Revista Razón y Palabra: Sor Juana Inés de la Cruz, Transmisora de lo Popular

Por Susana ArroyoNúmero 30
Es para mí un honor hablar de Sor Juana Inés de la Cruz en un foro tan importante como este I Congreso Internacional Sociedades y Culturas. La primera vez que presenté una comunicación sobre la obra de la poetisa mexicana aquí, en España, fue hace 10 años en la ciudad de Burgos. En aquel momento mostraba algunos resultados de una larga investigación sobre uno de los poemas magistrales de Sor Juana, el Primero Sueño, laberíntica silva de 975 versos cuya riqueza léxica y abundancia de alusiones, mitos y tropos, en el más preciso hiérbaton, la convierten en una obra de inigualable belleza y esplendor poético, así como fuente de hondas disertaciones por estudiosos y eruditos de todo el mundo. En esta ocasión, muestro "la otra cara" de una escritora por demás sui generis, una monja criolla del siglo XVII quien en su tiempo recibió altos honores como dama de la Corte de la Virreina, la Condesa de Paredes, en el entonces virreinato de la Nueva España. Al señalar "la otra cara", me refiero a su poesía popular.

En esta comunicación pretendo definir las líneas de tono popular características en una parte de la obra de una de las escritoras más importantes de México, no sólo de la literatura mexicana o hispanoamericana sino de la literatura universal, y no sólo de la época del barroco colonial sino de todos los tiempos debido al alto nivel de sus matices lingüísticos, estilísticos y retóricos.
Sor Juana, bien llamada por el filósofo alemán Ludwig Pfandl la "Décima Musa"1, nace hacia el año 1650, época difícil para el mundo novohispano. La Corte Española había logrado asentarse en un territorio entre cuyos moradores se había impuesto la perfección del linaje. Desde la antigua Tenochtitlan se cumplía con alto rigor la jerarquía estamentaria: nobles, sacerdotes y militares encabezaban el crisol de inalterables castas en las que siempre hubo un elemento común: la pureza de la sangre indígena.
Tras la Conquista, además de una situación política, militar y social de absoluto desconocimiento para los indios y una religión de difícil comprensión y aceptación, surge un nuevo significado del concepto "casta".
De la sección de Historia Colonial compendiada por numerosos historiadores, publicada por la Editorial Dolmen cito:
Las pocas mujeres españolas existentes en Indias, los escasos prejuicios raciales del español, y la baja extracción de los emigrantes influyeron poderosamente en el fenómeno del mestizaje. Las mujeres españolas que emigraron a Indias fueron entre el 10 y el 20 por ciento de los hombres, a lo que hay que añadir que éstos eran por lo regular muy jóvenes.

El emigrante español tenía entre 18 y 25 años e iba solo, por lo que formaba su familia en América. En cuanto a los escasos prejuicios raciales del español, éstos derivaron de la misma formación de la etnia hispana, integrada por numerosas oleadas de pueblos europeos y norteafricanos.

El español estaba lleno de prejuicios sociales y religiosos, planteándose serios problemas a la hora de casarse con una india, pero carecía de prejuicios para unirse sexualmente con mujeres de otras razas.
El tercer factor, la baja extracción de los españoles, inducía a muchos a preferir unirse con indias que nada exigían, ni siquiera el matrimonio, en vez de españolas, presuntuosas y exigentes y muy selectivas, quizá por su misma escasez. El mestizaje surgió, por ello, coetáneo al descubrimiento y la conquista.

Las huestes penetraban en los poblados de los naturales y violaban o robaban las mujeres. Los españoles originaron mestizos procedentes de uniones ilegales o libres, lo que hizo caer sobre tales mestizos el estigma de su vergonzoso origen. El problema fue en aumento, porque la selectividad de la mujer española para unirse en matrimonio con blancos acomodados obligó a los mestizos a unirse con mestizas o con indias. A los mestizos se unieron los mulatos, por lo común fruto de la unión de blancos con negras, ya que aquí operó aún más la selectividad de la mujer española para buscar pareja por lo que fueron igualmente fruto de uniones libres y tuvieron el mismo estigma de su ilegitimidad, sumado al de su ancestro de esclavitud: lo más infame que podía concebirse. También representaron un serio problema a causa de su aumento.

Los mulatos sufrían las mismas prohibiciones que los mestizos, y algunas más. Así, por ejemplo, no podían andar por las calles de las ciudades durante la noche o montar a caballo. Las mulatas y negras libres tenían prohibido usar adornos de oro o perlas y vestirse con telas de seda, lo que satisfacía mucho a las criollas.
En cuanto a las castas, fueron el resultado de múltiples cruzamientos interétnicos. Los mulatos se unieron frecuentemente a indias o mestizas, surgiendo así los zambos, principio de una serie de castas donde fue imposible determinar los ancestros. Estas castas fueron consideradas la ínfima clase social.

El estamento superior de la sociedad colonial lo constituyeron los españoles y sus descendientes los criollos. (Fin de la cita).
En este mundo por demás barroco, nace Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana a las faldas del Popocatépetl y el Ixtaccíhuatl, majestuosos volcanes, en un pequeño poblado cuyo nombre en sí nos da cabal idea del mestizaje: San Miguel Nepantla. Sin embargo, Sor Juana nace criolla, hija de una madre criolla y padre de origen vascongado, aunque siempre preocupada por la desventajosa situación de mestizos, negros, zambos, etc.

Sor Juana cultivó todos los géneros poéticos de la época, aprendió latín en 20 sesiones y versificaba de natural intento en endecasílabos y alejandrinos, en octavas reales y en perfecto español apegado a las normas lingüísticas, retóricas, estilísticas y estéticas de la época. Desde muy temprana edad compuso piezas de refinado lirismo, con profundo conocimiento del arte clásico e impregnadas de la sabiduría que depuró en su cuantiosa biblioteca. La inmensa mayoría de su obra literaria -compendiada en cuatro tomos por el Padre Alfonso Méndez Plancarte, en 19513 -, abarca comedias, sainetes, autos, loas, letras sacras, sonetos, liras, endechas, décimas, romances, silvas; en prosa suCarta Autobiográfica a Sor Filotea de la Cruz y, de manera muy especial los villancicos, pequeñas piezas compuestas para ser cantadas.
Sor Juana no abandona el culteranismo y el conceptismo, lo alterna con obras de escasa dimensión literaria para acercarse con legítima intención a las clases populares, a las etnias, a los desprotegidos, a las castas.
Sor Juana manejaba con donaire la lengua de los indios, el náhuatl. Su convivencia con las tan diversas mezclas étnicas, aunada a su inquieto espíritu y su inmensa capacidad literaria, la llevó a componer obras en latín, en un perfecto español al estilo de Góngora y Quevedo y, de manera traviesa y juguetona, pequeñas piezas llamadas "tocotines", mezcla de náhuatl y español, de canto, baile y poesía; alegría y divertimento, imaginería barroca.
¿Los temas? Eran los usuales o casuales de la época, la llegada de un nuevo embajador español, el nombramiento de otro, el cumpleaños de la Virreina o la celebración de algún santo.
Tras la Corte, el enclaustramiento. Así, Juana Inés es apoyada por la Virreina para recibir los votos como monja jerónima. Desde la celda del Convento de San Jerónimo en la hoy Ciudad de México, Sor Juana compone su majestuosa obra lírica publicada en su tiempo por encargo de la Virreina en las ciudades de Madrid, Barcelona y Sevilla, principalmente, y una que otra pieza suelta en Puebla de los Ángeles (México) .
Dentro de estas publicaciones -Inundación Castálida, Segundo Tomo de las Obras completas, Obras Poéticas de la Musa Soror Juana, Fama y Obras Póstumas (desde 1676 hasta 1700)-, y a veces de manera aislada, se encuentran los delicados Villancicos.

Los villancicos originalmente son escritos en latín como anticipación a las celebraciones de Navidad. La más famosa colección que existe de esta forma aparece en el Cancionero de Palacio, publicado en 1500. Sin embargo, el tono popular de los villancicos fue procurado por los grandes escritores españoles desde el Marqués de Santillana, Garci Sánchez de Badajoz, Gil Vicente o Juan del Encina hasta Cervantes, Góngora, Lope y Quevedo. Sor Juana, por tanto, es consecuente con su época y con una vasta tradición literaria. Sor Juana, además de latín y español, escribe villancicos en náhuatl.
No contenta con la mezcla de tres idiomas, escribe delicados villancicos en dialectos juguetones: canario, vizcaíno y vascuence, negro, zambo, mestizo, mulato, indio, adjudicándoles estructuras gramaticales sencillas e imitando entonaciones y maneras de hablar. Entre ellos se encuentran ensaladas y entremeses, cantos de ocasión, juguetes, jácaras, etc.
Ejemplos de este mosaico étnico, retórico y lingüístico son los siguientes:
(Del Villancico II del Segundo Nocturno, Asunción de 1676)5
(Latín)
Illa quae Dominum Caeli
gestasse in utero, digna,
et Verbum divinum est
mirabiliter enixa:
cuis Ubera Puello
lac dedere benedicta,
et vox conciliavit somnum
Davidica dulcior lyra:
Quae subiectum habuit Illum
materna sub disciplina,
Caeli quem tramentes horrent
dum fulmina iratus vibrat.
(Del Villancico VII del Tercero Nocturno, Asunción de 1676)
(Español)
La Retórica nueva
escuchad, Cursantes,
que con su vista sola persüade,
y en su mirar luciente
tiene cifrado todo lo elocuente,
pues robando de todos las atenciones,
con Demóstenes mira y Cicerones.
Coplas. - Quintillas
Para quien quisiere oír
o aprender a bien hablar,
y lo quiere conseguir,
María sabe enseñar
el arte del bien decir.
En enseñar ejercita
la dulzura de su voz
que a tiempos no se limita;
que como su asunto es Dios,
siempre es cuestión infinita.
(Tocotín del Villancico VIII. Ensaladilla. Tercero Nocturno, Asunción de 1676) (Náhuatl6 )
-Tla ya timohuica
totlazo Zuapilli
maca ammo, Tonantzin,
titechmoilcahuíliz.
Ma nel in Ilhuícac
Huel timomaquítiz
¿amo nozo quenman
timotlalnamíctiz?
In moayolque mochtin
huel motilinizque;
tlaca amo, tehuatzin
ticmomatlaníliz.
Ca mitztlacamati
motlazo Piltzintli
mac tel, in tepampa
xicmotlatlauhtili.
(Villancico VIII del Tercero Nocturno, San Pedro Nolasco, 1677)
(Mestizo y mexicano)
Tocotín
Los Padres bendito
tiene on Redentor;
amo nic neltoca
quimati no Dios.
Sólo Dios Piltzintli
del Cielo bajó,
y nuestro tlatlácol
nos lo perdonó.
Pero esos Tepoxqui
dice en so sermón
que este San Nolasco
mïetchin compró.
Yo al Santo lo tengo
mucha devoción
y de Sempual Xúchil
un Xúchil le doy.
(Villancico VIII del Tercero Nocturno, Asunción, 1685)
(Ensalada)
[…]
Supplices te exoramus
ut preces nostras audias
miserrimosque exaudias;
te, Domina, rogamus,
Et ad Matrem mistissimam clamamus.

Prosigue la Introducción
-Bueno está el Latín; mas yo
de la Ensalada os prometo
que lo que es deste bocado,
lo que soy yo, ayuno quedo.

Y para darme un hartazgo
como un Negro camotero
quiero cantar, que al fin es
cosa que gusto y entiendo;
pero que han de ayudar todos.
Tropa. -Todos os lo prometemos.
-Pues a la mano de Dios,
y transfórmome en Guineo.

Negro
-¡Oh Santa María,
que a Dioso parió,
sin haber comadre
ni tené doló!
-Rorro, rorro, rorro,
rorro, rorro, ro!
¡Qué cuaja, qué cuaja, qué cuaja,
qué cuaja te doy.
-Espela, aún no suba,
que tu negro Antón
te guarra cuajala
branca como Sol […]

Prosigue la Introducción
-Pues que todos han cantado,
yo de campiña me cierro:
que es decir, que de Vizcaya
me revisto. ¡Dicho y hecho!
Nadie el Vascuence murmure,
que juras a Dios eterno
que aquésta es la misma lengua
cortada de mis abuelos.
Sor Juana es sinécdoque de mexicanidad, de universalidad; es, además, defensora a ultranza como transmisora de lo popular se manifiesta libre y rutilante en una protesta social para defender los derechos de las clases desfavorecidas y humilladas por los grupos del poder. Sor Juana es una ferviente defensora de los humildes e indefensos, de los marginados, de los esclavos, de quienes nunca eligieron la cuna a la que pertenecieron, de quienes integraron las castas. La vasta comprensión del mundo que le rodeaba la ha hecho una mujer adelantada a su tiempo.

Hay una gran variedad de lenguas en España y las más conocidas son castellano, catalán, gallego y vasco. Pero también existen otras 'lenguas', a las cuales frecuentemente se denomina dialectos o subdialectos, no sin muchas protestas de sus hablantes. Hay gran división de opiniones en este asunto. Ejemplos de este tipo son el valenciano, el balear, el mallorquín, el bable y el gascón. También se habla una variante de portugués en las zonas adyacentes a Portugal7.
Dijo alguna vez Don Miguel de Unamuno8 que las discusiones sobre los problemas de la lengua le recordaban algo que ocurrió en América y que que no olvidaría nunca. Tratábase de una orden religiosa que dio a los indios guaraníes un catecismo queriendo traducir al guaraní los conceptos más complicados de la Teología, y, naturalmente, fueron acusados por otra Orden de que les estaban enseñando herejías; y es que no se puede poner el Catecismo en guaraní ni en azteca sin que inmediatamente resulte una herejía.
Con toda seguridad a nuestra Sor Juana no le pareció así pues creyó prudente adoctrinar a los indios, zambos, mulatos y negros desde sus propias lenguas para quizá lograr así un acercamiento mayor a la Iglesia.
Del mismo Unamuno, concluyo esta disertación con una cita:
El español, lo mismo me da que se llame castellano, yo le llamo el español de España... El castellano es una obra de integración: han venido elementos leoneses y han venido elementos aragoneses, y estamos haciendo el español, lo estamos haciendo todos los que hacemos Lengua o los que hacemos poesía... España... Es renación, renación de renacimiento y renación de renacer, allí donde se funden todas las diferencias, donde desaparece esa triste y pobre personalidad diferencial.

Notas:
1PFANDL, Ludwig [a]. (1983). Sor Juana Inés de la Cruz. La décima musa de México. Trad. Juan Antonio Ortega y Medina. Edición y prólogo de Francisco de la Maza. (1946). México:UNAM.2<http://www.artehistoria.com/frames.htm?
http://www.artehistoria.com/historia/contextos/1535.htm
>
3 MÉNDEZ Plancarte, Alfonso. (1976). "Prólogo y notas". Obras Completas de Sor Juana Inés de la Cruz. Tomo I. Lírica personal. (1951). Biblioteca Americana. México:FCE.
4 <http://www.cuatros.com/villanci.htm>
5 Méndez Plancarte, Alfonso. (1976). "Prólogo y notas". Obras Completas de Sor Juana Inés de la Cruz. Tomo II. Villancicos y Letras Sacras. (1952). Bilbioteca Americana. México: FCE.
6 <http://www.ifrance.com/nahuatl/nahuatl.page.html>
7 <http://stp.ling.uu.se/~camilla/sped/intro.html>

8 Las lenguas de España, Miguel de Unamuno.
* Ponencia presentada en el I Congreso Internacional Sociedades y Culturas: Abriendo Caminos. Sociedad Española de Estudios Literarios y Universidad de Sevilla

Dra. Susana Arroyo HidalgoCatedrática del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, México y de la Universidad Autónoma de Barcelona, España

Fuente: http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n30/sarroyo.html

Ángeles Mastretta: Con ajenos pensares

Uno convive con los escritores muertos como si estuvieran vivos. Vienen a nuestra casa y se instalan a conversar de todo. Quizás no de la república, pero sí de que el volcán Popocatépetl echaba fumarolas cuando nació Sor Juana, mientras que Amado Nervo nunca lo vio sino quieto.
En el hermoso y encantado libro con que Nervo volvió a poner a Sor Juana en el ánimo de los desmemoriados mexicanos, dos siglos y medio después de su nacimiento, cita al padre Calleja, su primer biógrafo, cuando describe que ella nació cerca de “dos montes que no obstante lo diverso de sus cualidades, en estar cubierto de sucesivas nieves el uno, y manar el otro perenne fuego, no se hacen mala compañía entre sí”. Después, en un pie de página, Nervo comenta cuán raro le parece que apenas dos siglos atrás el volcán estuviera en actividad constante. No sabía él que un siglo después de su asombro estaríamos, nosotros, viendo brotar fuego y cenizas, no siempre ahí cerca, pero sí todas las noches, en un aparato que tal vez él, curioso y deslumbrado por las rarezas del mundo, encontraría cosa del cielo, porque da “la ilusión de una proximidad emocionante”. Como la que él sintió bajo el aire de Nepantla, la primera vez que ahí estuvo, “vagando entre los campos anegados de luna”.
Las cosas que podía escribir Nervo en elogio de un mundo que ya no sabemos nombrar así, porque le hemos tomado muchas fotos. Yo no sé cómo describir la emoción que provoca el volcán alardeando de brutal frente a un mundo que lo mira temiéndole menos que a otros fuegos.
Hace apenas un siglo, Nervo escribió deslumbrado por Sor Juana y la elogió como hacía mucho tiempo que no sucedía.
Hoy nos resulta normal que se hable de la monja como un ser excepcional cuya mente ayudó a formar “el alma de la Patria e hizo que se destacara poco a poco la individualidad de la misma”.
¿Quién se atrevería ahora a hablar así de quienes forman la idea, el pensamiento, la individualidad de nuestro país? Conmueve leer a Nervo hablando de nuestra patria, ya nadie habla aquí de la Patria, así, con mayúscula. Ahora es México, el México que querríamos, no el que tenemos, el México con un futuro indeciso, el México del desencanto y muchas veces del miedo. ¿Quién diría de unos jóvenes militares, de éstos que mueren porque sí, porque nadie, lo que escribió Nervo para los Niños Héroes?
Descansa, y que tu ejemplo persevere, 
que el amor al derecho siempre avive; 
y que en tanto que el pueblo que te quiere 
murmura en tu sepulcro: “¡Así se muere!”, 
la fama cante en él: “¡Así se vive!”.
Esta pasión de Nervo y Sor Juana por su país, ya no se dice así.
Escribió Sor Juana elogiando un huerto de la Nueva España en que le tocó vivir.
Pues si las flores le aclaman
Razón es que mi fineza
Ayude a su aclamación
Están los poetas sobre mi escritorio y andan aquí diciendo lo que se me ocurre al leerlos.
A propósito del volcán, hablamos del fuego. Y dijo Juana de Asuaje, como afirman que debería escribirse.
Que el Cielo todo en llamas encendido
De improviso a la tierra se ha venido
Y es tan crespo el volumen de centellas,
¡Que son rasgos el Sol, Luna y Estrellas!
Rasgo el sol, comparado con el volcán echando luces. Sin duda. De qué manera viene a cuento. Sor Juana siempre viene a cuento. Es cosa de llamarla. Y esto mismo creyó Nervo.

Todo yo soy un acto de fe.
Todo yo soy un fuego de amor.
Lo recitaba mi abuela que era memoriosa y aprendió de joven toda esta poesía, lo que entonces era como aprender canciones. Yo conocí de Nervo escuchándola decir.

Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas
[agoreras
Nervo tiene frente a los tres tomos que están en mi escritorio, con las obras completas de la monja, una reverencia compartida conmigo. Supo que genios como ella no se dan todos los siglos y dijo con sencillez, al presentar el libro con sus reflexiones:

En este libro casi nada es propio:
con ajenos pensares pienso y vibro,
y así, por no ser mío y por acopio,
este libro es quizá mi mejor libro.

Busco en el tomo dos, el de los Autos y Loas, algo con que corresponda la monja. Y encuentro lo que podría ser su elegante agradecimiento:
Salgan signos de la boca 
de lo que el corazón arde
que nadie creerá el incendio
si el humo no da señales.
—Tiene razón, diría el volcán.
—Siempre la tiene, digo yo.
Desde el pequeño libro blanco dedicado a honrarla, dice Nervo: “Para un cerebro tan límpido como el suyo fue posible estudiar tanto y cosas tan varias al mismo tiempo, porque el poder de su ingenio bastaba de sobra a discernirlas y diferenciarlas”.
Vuelvo a Sor Juana para dar las gracias y ella responde con un guiño:
Quien vive por vivir sólo
sin buscar más altos fines,
de lo viviente se precia
de lo racional se exime;
y aun de la vida no goza:
pues si bien llega a advertirse,
el que vive lo que sabe, sólo sabe lo que vive.
—Madre, qué honda y acibarada elocuencia la vuestra, dice Nervo en su libro.
Y yo creo que ella estaría contenta de encontrar en otro poeta el reconocimiento que muchos le negaron por envidia. Y podría contarnos esto que escribió para explicarla: “Y así como ninguno quiere ser menos que otro, así ninguno confiesa que otro entiende más, porque es consecuencia del ser más. Sufrirá uno y dirá que el otro es más noble que él, que es más rico, que es más hermoso; pero que es más entendido, apenas habrá quien lo confiese…”.
—Habéis de ser admirable en todo. Hasta en cómo nombrar la envidia, dice Nervo.
—También usted supo de aclamación y envidias, le digo yo al delgadísimo Amado Nervo.
Y hojeando a la Sor le comento:
—Cuando murió lo lloraron multitudes y hubiera podido decirse de él lo que usted dijo del rey Carlos II, hemos de entender que porque así obligaba el tiempo, y no porque fuera del todo verdad sino porque además de ser preciso rimaba de manera tan hermosa que fue menester decirlo y decírselo a quien fuera:

El Agua pula cristales
la Tierra ostente matices
el Viento soplos aliente,
el Fuego luces avive:
¡Agua, Tierra, Viento y Fuego!
Todo a sus plantas se rinde
Cierto. Todavía en los años cincuenta del siglo XX, los adultos lo citaban a propósito de todo. Ni se diga el “Albor de un idilio”. Recuerdo, por ejemplo:
Nos amamos los dos intensamente,
aunque nunca lo digan nuestros labios.
¿Para qué ir a buscar las expresiones,
si tanto nos decimos al mirarnos?
O este otro:
Quisiera ser el rayo transparente
de la luna plateada y misteriosa,
para besar tu nacarada frente
en medio de la noche silenciosa.
Aún ahora, cuando enardecen las cantinas, nunca falta el valiente que alza su copa para decir “Cobardía”, su poema más célebre.
…Pero tuve miedo de amar con locura, 
de abrir mis heridas, que suelen sangrar, 
¡y no obstante toda mi sed de ternura, 
cerrando los ojos, la dejé pasar! 

—Triste, difícil y contagioso, le digo a la Sor, para seguir en la tertulia, mientras busco en su segundo tomo algunos de mis versos preferidos:

Si arde el mar, ¿qué hará la tierra?
Si el agua, ¿qué harán las flores?
Si los peces, ¿qué los brutos?
Si las ondas, ¿qué los montes?
Si la espuma, ¿qué la hierba?
Se vuelven divertidas las reuniones que hacen, sobre la mesa de mi estudio, los grandes escritores.
Sor Juana y Nervo pasaron hasta la medianoche hablando de sus coincidencias. Del tiempo, de la muerte, del desamor y el agua, del pasado y el miedo. De la escritura.
Nervo estaba feliz. Yo, ni se diga. Sucede con los poetas lo mismo que con los acróbatas, sólo el que ha intentado danzar como ellos sabe el tamaño de la dificultad que esconde la aparente textura fácil de un verso.
Dijo Nervo:

Por esa puerta huyó diciendo: “¡nunca!”
Por esa puerta ha de volver un día…
Al cerrar esa puerta dejó trunca 
la hebra de oro de la esperanza mía. 
Por esa puerta ha de volver un día. 

—¡Bravo maestro! ¡Viva la esperanza!, dije yo más borracha que ninguno.
Diuturna enfermedad de la esperanza
que así entretienes mis cansados años
y en el fiel de los bienes y los daños
tienes en equilibrio la balanza;
Escribió la Sor que tiene para todos. Nervo aplaudió y yo caí rendida con estos cuatro primeros versos de un soneto que no me conocía.
—Se acabó, dijo el tomo de Sor Juana cerrándose porque es grueso y no lo detuve. Así que la “Lírica Personal” se quedó muda.
Antes de irme a dormir, les dije de memoria dos líneas que me sé como si fueran una lección de siempre. A propósito del llanto y las pasiones, escribió Juana Inés hace mil años, cuando yo tenía quince:
Porque va borrando el alma
lo que va dictando el fuego.
Ángeles Mastretta. Escritora. Autora de MaridosMal de amoresMujeres de ojos grandes Arráncame la vida, entre otros títulos.
Fuente: Revista nexos
Véasehttp://www.nexos.com.mx/?p=14871

7 de diciembre de 2013

Cuento: El infierno de Sor Juana, por Andres Neuman

Este es uno de los 32 cuentos de distinto volumen de "Hacerse el muerto", de Andrés Neuman, en donde ahonda en una ambigüedad entre la risa y la tragedia. 

POR ANDRÉS NEUMAN



La noche en que la conocí, Sor Juana me explicó que todo había sido culpa de la menopausia. Pero la menopausia, objeté con pedantería, es a los cincuenta. Juana me contempló como esos curas que están a punto de castigarte y deciden absolverte. Se me quedo mirando con una sonrisa superior, invitadora, y contestó tranquilamente: tú qué vas a saber de la menopausia de las monjas, guey.

Quince minutos más tarde, Juana pagó las copas. Veintidós minutos más tarde, milagro, encontramos un taxi libre en medio del paseo de la reforma. Cuarenta y tres minutos más tarde, ella brincaba sobre mí, inmovilizándome las muñecas.

Según me confesó, Juana perdió la virginidad con un fraile rubio, una semana antes de abandonar el convento. Para ser más precisos, digamos que perdió la virginidad con seis o siete frailes, no todos ellos rubios, a los treinta y nueve años de edad. Fue, en sus propias palabras, probar apenas uno y quererlos todos, todos, todos. La repetición no es mía, sino de Juana. Así lo contaba ella, con los ojos cerrados y las piernas abiertas.

En cuanto comprendió que nunca más sería digna a los ojos del Señor (cosa que comprendió enseguida), Juana se dejó crecer el cabello, consiguió un trabajo de ayudante en una veterinaria y dedicó todo su tiempo libre (todo, todo, todo) a fornicar con hombres de cualquier edad, raza y religión. El único requisito, según advertía Juana, es que no se enamorasen de ella. Y que se lo prometieran desde el primer día. Yo ya
he estado comprometida con mi Señor, les explicaba (nos explicaba), desde los dieciocho y los treinta y nueve. Y como es imposible aspirar a entregas más altas, ahora quiere sexo, sexo, sexo. Aunque sé que por eso me voy a condenar.

Cualquiera que no se haya acostado con Juana (y reconozcamos que esa posibilidad empieza a ser remota en Ciudad de México) podría desconfiar de semejante frase: “Sé que por eso me voy a condenar”. Y la consideraría quizás una excusa beata. Pero bastaba una sola noche con ella, quizás un breve coito, para comprender hasta qué punto la afirmación de Juana era severa y transparente.

La vida sexual de Juana era mucho más que eso. Que vida, me refiero. Y de no haber sido tan entusiasta, me atrevería a añadir que se trataba justo de lo contrario, de una muerte. Con sus correspondientes, y absolutamente inevitables, resurrecciones carnales. Puedo imaginar los equívocos que esto despertará en las mentes más retorcidas. Extasis espasmódicos. Succiones insondables. Inverosímiles duraciones. Burdas acrobacias. Por Dios, por Dios, por Dios. Lo de Juana era distinto. Llano. Sin posturas incómodas. Sin técnicas orientales. 

Lo de Juana era algo que nuestra civilización casi ha perdido: pura lascivia. Con sus tentaciones irrefrenables, sinceros remordimientos, y reincidencias fatales. Lo increíble era que estos ciclos, que a los demás pueden llevarnos días, meses, años, Juana los resumía en pocos minutos. Intentando una aproximación científica, digamos que la población femenina suele experimentar las fases de excitación, meseta, orgasmo y resolución. Juana en cambio padecía rubor, enajenación, arrepentimiento y recaída. Sin preámbulos. Sin demora. Como una tormenta de verano.

Desde nuestro primer encuentro en su casa, asistí boquiabierto a la liturgia que se repetiría siempre. Juana me desnudaba con brutalidad. Me mordía. Me rechazaba. Se arrancaba la ropa interior y me atraía dentro de ella. Entonces daba comienzo la parte más asombrosa, esa que termina a de capturar mis sentidos y que, de alguna forma, terminó por condenarme: Juana me hablaba. Hablaba, aullaba, rezaba, suplicaba, lloraba, reía, cantaba, daba gracias. Para hacerla ingresar en aquel trance, no hacía falta hazañas físicas de ninguna clase. Sólo había que aceptarla. La recompensa era apabullante. Entre los cientos de obscenidades bíblicas que Juana profería durante el acto, me fascinaban sobre
todo las más simples: “Me fuerzas a pecar, maldito”, “por tu cuerpo ya no tengo perdón”, “me empujas al infierno”, etcétera. Algún escéptico pensará que eran meras exclamaciones de doctrina pero a mí esas cosas me conquistaban. Soy un hombre corriente. No suelo despertar grandes pasiones. Y nunca jamás, entiéndanme, había llevado a nadie hasta el infierno.

Mi tragedia era esta: ¿cómo fornicar después de Juana? ¿Valía la pena salir de las voluptuosas llamas del Averno para acomodarse en las blanduras de un colchón cualquiera? Con ella, cada vez era un acontecimiento. Un placer deplorable. Un acto de maldad trascedente. Con las demás mujeres, el sexo era apenas sexo. Desde que conocí a Juana mis amantes esporádicas, especialmente las progresistas, me parecían tibias, previsibles, de una normalidad desesperante. Lo que hacíamos juntos no era terrible, ni atroz, ni imperdonable. Al tocarnos, ninguno de los dos perdía sus principios. Fingíamos encontrarnos para cenar.

Bromeábamos con cortesía. Nos aburríamos gratamente. Con el tiempo fui pasando de la apatía a la fobia, y llegué a detestar los gestos vacíos que intercambiaba con mis compañeras. Los comienzos precavidos. Las pequeñas contracciones. Los grititos moderados. Ya no sabía estar con nadie, nadie, nadie. La última noche que pasé en casa de Juana, ella estaba vestida como de costumbre: falda ancha y zapatos viejos. Sin peinar. Sin maquillarse. Y con la carne erizada. Cuando se arrancó la ropa y contemplé de nuevo su sexo velludo, no pude evitar besarla y
susurrarle al oído: estoy enamorado, Juana. Ella cerró los muslos de inmediato. Se ovilló en el sofá, alzó el mentón y dijo: entonces vete. Me lo dijo tan seria que ni siquiera tuve fuerzas para insistir. Además, era yo quien había incumplido su promesa. Me vestí avergonzado. Mientras cruzaba la salita poblada de crucifijos y vírgenes, oí que Juana me chistaba. Me volví esperanzado. La vi acercarse desnuda. Caminaba rápido. Se
notaba que tenía los píes fríos. Me miró a los ojos con una mezcla de rencor y compasión. No se puede ir al infierno por amor, me dijo.

Después, se apagó la luz.

Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/ficcion/Hacerse-muerto-Andres-Neuman-Sor-Juana_0_1036696531.html

  • Revista de Cultura online: Clarín.com



































  • LITERATURA
  • Ficción
  • 26/11/13 - 09:22

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