MÉXICO, D.F. (apro).- La novelista y periodista Elena Poniatowska acaba de ser galardonada con el Premio Cervantes, que el Ministerio de Cultura de España entregará en marzo próximo en la Universidad de Alcalá de Henares, cuna del autor de El Quijote.
Es la tercera mujer y la primera mexicana que obtiene la presea desde su institución, en 1976.
La escritora fue entrevistada por la revista Proceso el 1 de mayo de 1995, y el tema fue sobre las mujeres más destacadas de la cultura mexicana.
Enseguida la nota publicada por el semanario en aquella ocasión:
La mujer está presente en todos sus libros, de una u otra manera. En algunos es el personaje central, como en Hasta no verte Jesús mío y en Querido Diego: te abraza Quiela. Escribió una larga biografía novelada sobre Tina Modotti y acaba de reunir, en Luz y luna, las lunitas, con fotografías de Graciela Iturbide, una serie de textos que hablan de seres marginados, sea vendedores ambulantes, sirvientas, mujeres de Juchitán o su Jesusa Palancares, de quien afirma ahora que estaban en ella “todos los filósofos griegos”.
Elena Poniatowska recibió la semana pasada el doctorado Honoris causa por la Florida Atlantic University de Miami, Estados Unidos, y es una mujer presente en la vida de las mujeres de México.
Ahora, en su casa de Chimalistac, a una cuadra de donde Federico Gamboa escribiera Santa, acepta platicar con Proceso, tanto sobre la marginación femenina como de las mujeres de este país que han luchado contra ella.
De Sor Juana, quien acaba de cumplir 300 años de fallecida, a las soldaderas de la revolución, y de ahí a Elena Garro y a Rosario Castellanos, y a las costureras del terremoto, hasta llegar a Rosario Ibarra de Piedra y a Benita Galeana, que acaba de morir, analfabeta que guerreó en el Partido Comunista toda su vida y a la que varias veces entrevistó, Elena Poniatowska, en una banca del pequeño jardín frontal de “La casa de Paula” –según reza un medallón de cerámica a la entrada, en alusión a su hija–, habla largamente mientras la periodista Sylvia Lemus y su equipo fotografían el interior para Canal 22.
“Rosario Castellanos era una mujer llena de gracia”, dice emocionada.
Y de sí misma, señala que su lucha no es peligrosa, que ella apenas se solidariza con la lucha de esas mujeres. Esas mujeres, afirma, de las que siempre va a escribir, mientras revela que están por publicarse las memorias de su madre, Paula Amor, quien las escribió a petición suya. Elena Poniatowska las tradujo.
También habla de los hombres que la han apoyado en su profesión, y de otro, éste luchador social, el subcomandante Marcos, dice que “es una figura moral” en la que muchos jóvenes creen, porque “los jóvenes tienen que creer en algo, en alguien”.
Antes, un acuerdo: las fotografías de Elena Poniatowska las tomará su hija Paula, de 25 años, fotógrafa.
En la casa de Paula y Elena
–Además de estas mujeres marginadas, de las cuales tú has tomado testimonio, ¿no sería también bueno hablar de las otras, de las que han luchado, un poco como tú, en contra de la marginación? ¿Por qué te interesó esta gente?
–Yo siempre he pensado que sin las mujeres este país se vendría abajo, se caería en pedazos. Porque son las mujeres las que crían a los hijos, las que nos levantan de la tierra, a las que los hombres siempre… bueno, no voy a generalizar, pero la mayoría de los hombres sí son de pisa y corre. Como dicen, fincan un escuincle y se van y le fincan un escuincle a otra. Y la mujer no sólo tiene al hijo (tendríamos que ver ahora los índices de nacimiento y todo eso), sino que deveras lo saca adelante, dentro de las peores condiciones de vida. Claro que después se podrán utilizar todos esos clichés como “la mujer que se sacrifica todita para los hijos”, pero esos son ya de las películas mexicanas. Porque las mujeres, deveras, lo están haciendo con una enorme alegría… bueno, alegría es un decir, pero su impulso vital es tan fuerte que ellas siguen adelante a como dé lugar.
–¿De dónde viene esa fuerza?
–Yo siento que las mujeres mexicanas son absolutamente fuera de serie. Claro, nos referimos a las mujeres marginadas, a las taquilleras del Metro, las mujeres de una fábrica, las mujeres que son las Jesusa Palancares que hay en este país y que no merecen el gobierno que tienen, que son tan superiores al gobierno, que te quedas de a seis.
–Pero el interés tuyo nació del conocimiento de eso, ¿no?
–Bueno, yo no tengo un conocimiento así que tú digas “ay, qué bárbara, qué amplio”. Hay muchísima más gente que sabe mucho más y que ha estudiado a las mujeres muy profundamente.
–Pero lo tuyo, ¿parte de una sensibilidad?
–Sí, de una inclinación natural hacia las mujeres, yo la tengo. Le tengo una enorme simpatía a las mujeres. Siempre cuando oía que las mujeres entre sí no se quieren y se traicionan y que se quitan a los hombres, era una cosa que en mi cabeza no cabía, ¿no? A mí la verdad me gustan las mujeres, me parecen seres muy creativos, que dicen cosas muy ocurrentes, que dicen cosas muy aventadas, a veces mucho más que muchos hombres, y por eso estoy en la admiración delante de ellas.
–Y dentro de estas mujeres están otras que han luchado contra la marginalidad. Ahí podríamos hacer una lista.
–Pues podríamos hacer una lista. Podríamos empezar desde Sor Juana. Pero Sor Juana es un fenómeno absolutamente aislado, y Sor Juana, como dicen, es un fuego que arde aparte. Tú pones a Sor Juana y luego pones a todo el mundo. Pones después a quien tú quieras, no sé, a Benita Galeana, pero Sor Juana se lleva de calle a todas, hombres y mujeres. Y en el mundo.
–¿Ella sufrió la marginación?
–Bueno, ella sufrió tener que encerrarse en un convento para poder hacer lo que ella quería, que era leer, que era estudiar, ¿no? Pues a ella no le quedaba en esa época sino el convento o el matrimonio, y ella escogió el convento. El convento o quizá podríamos decir la Corte, no sé.
–Pero escogió o como ella dice: “No tengo vocación para el matrimonio”.
–Bueno, yo creo que tampoco tenía vocación para el convento. No creo que Sor Juana haya sido una religiosa ejemplar, porque nosotros vemos sus versos. Bueno, no hay que decir sus versos: hay que decir sus silvas, sus sonetos, sus redondillas, sus papelillos, como ella llamó al “Primero sueño”. Ella dijo que era un papelillo, sólo un papelillo. Además ella nunca escribió… siempre te dice que escribió a petición, como los periodistas, como tú. Salvo el “Primero sueño”, todo lo escribió como nosotros los periodistas, que nos dicen “vaya usted a hacer esto”. La “Talacha periodística” que dice Vicente Leñero.
–Sin embargo, en los últimos años sí fue obligada a no escribir, ¿no?
–Y además no sólo eso, a regalar sus instrumentos de matemáticas, de geografía y sus cuatro mil volúmenes, a deshacerse de todo lo que ella amaba. Y eso se lo pidió la religión. Muy fuerte, ¿no?
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–¿Tú te has sentido marginada?
–Yo me he sentido… mira, tienes que partir de una cosa, es que… es que es muy difícil contestar una pregunta así. Yo cuando me inicié en el periodismo, que fue en 1953, hace quién sabe cuántos años –a ver cuántos, ¿treinta y uno?, ¿cuarenta y uno?–, pues en primer lugar mi familia lo vio de la patada, pero no sólo eso: que una mujer hiciera algo y que no fuera a casarse, era también horrible. Necesitaba estar loca. Yo tenía de jefe en Novedades a un periodista que se llamaba Héctor Alpuche. Y cada vez que yo le llevaba mi artículo me miraba así como si se fuera a acercar la loca que había salido del manicomio, y entonces yo una vez me atreví y le dije –porque yo era muy respetuosa con mis jefes y mis mayores–: “oiga, ¿usted cree que yo estoy loca, verdad?”. Y me dijo: “sí, tan bonita, debería estar en su casa, debería de casarse ya ahorita, tener sus hijitos, usted no debería de estar haciendo esto, yo no entiendo cómo su familia la deja”. “No, pues si no me deja, yo lo hago porque yo lo quiero hacer, porque hay algo dentro de mí, algo maravilloso que me hace querer hacer esto que yo creo que es mi vocación”. Ay, no, eso a él le parecía una locura. Igualito como si yo hubiera sido, pues no sé, en la actualidad sería Gloria Trevi.
–Pero sí es una forma de marginalidad, ¿no?, pensar que…
–Bueno, es una forma más bien de condena, de que sientes siempre que sobre de ti pesa una condena. Ahora, claro, a esa condena hay enormes compensaciones, porque yo nunca me hubiera podido acercar a Octavio Paz, a Alfonso Reyes, a Luis Buñuel, a Carlos Pellicer, a Carlos Fuentes, jamás, si no soy periodista. Entonces qué me importaba lo demás si yo podía tener el privilegio de oírlos, de estar con ellos, y en muchas ocasiones, como en el caso de Luis Buñuel, volverme amiga, hasta que se murió.
* * *
–O sea que de alguna manera pudiste vencer esa forma de relación con el medio.
–Sí, claro. Por ejemplo, si tú me dices lo que me dio Jesusa Palancares, lo que ella me dio es mucho más importante que lo que me pueda haber dado cualquier persona. Eso puede sonar como arbitrario, como sectario, o como fanático, pero deveras: nunca nadie me ha dado tanto en la vida como Jesusa Palancares. Bueno, salvo por ejemplo mi hijo Mane, pero es otra relación. Pero la Jesusa, ¡híjole!, todo lo que me dio, todo lo que me dio.
–Eso tiene que ver con una manera de ser, de sentir. ¿Te dio fortaleza?
–Pues eso tenía que ver con su manera de enfrentar al mundo, su actitud ante la vida, ahí estaban todos los filósofos griegos, ahí estaba Platón, me dio fortaleza y además era una confrontación con lo que es la verdad. Bueno, una verdad que por lo menos a mí me conmovía mucho.
–Pero hay personas que no se asombran ante la manera de ser de esta gente.
–Para mí es asombroso que alguien no lo valore, a mí me sorprende.
–¿Y has tenido discusiones sobre este tema?
–No, ya no, allá ellos. Como dicen, que cada quien con su pan se lo coma. Que la gente crea lo que quiera, haga lo que quiera, diga lo que quiera.
–Volvemos a la lista de esta gente que ha luchado socialmente, en contra de la marginación, de las adelitas a la comandante Ramona. ¿Qué relación has tenido con ellas?
–Bueno, yo no conocí a la comandante Ramona, no, lástima, nunca la he visto. Pero sí creo que sin las mujeres, además, la revolución no se lleva a cabo, se deshace, porque las famosas soldaderas, que las trataban tan mal y llamaban “galletas de capitán”, pues iban de avanzada, preparaban la comida, les hacían calor de hogar a los soldados, les lavaban su ropa, tenían sus hijos, cuando ellos morían recogían su máuser (antes se lo habían cargado, porque andaban galopando al lado de ellos con su máuser y luego empezaban ellas a disparar, a muchas las hicieron capitanas). Entonces, sin las soldaderas tampoco hay revolución mexicana, porque todos los soldados se hubieran desertado, de-ser-ta-do, no habría nada.
–En la guerra de Chiapas también hay mujeres.
–La que te debería de decir cosas, porque ella estuvo mucho con las mujeres allá, en Chiapas, es Paula, y dice cosas bien bonitas. Además ella le tomó una foto maravillosa a una mujer que encima de su pasamontañas tiene un moño. Se hizo amiga de ellas. Además que hablen los jóvenes, ellos son los que interesan, no nosotros.
–Y esta fuerza de la mujer, cuando se junta con la marginación y la pobreza, y además con el ser indígena, dan mujeres como Rigoberta Menchú, como aquella mujer boliviana que vino al Congreso Internacional de la Mujer, Domitila.
–Sí, y tuvo una confrontación con la jefa de la delegación mexicana, que le dice “no Domitila, mira, vamos a hablar ahora de nosotras como mujeres, ya no queremos oír de las matanzas de su pueblo, de lo que ustedes han sufrido”. Y Domotila le dice “muy bien señora, mire usted, yo tengo varios días de verla a usted que llega aquí con su chofer, y la deja aquí en la puerta, veo que todos los días llega con una ropa chiquita y con un peinado como si usted hubiera pasado al salón de belleza y sin embargo no, y creo que usted ha vivido en una casa, en un barrio muy elegante, sin embargo nosotras las mujeres de los mineros, ¿de qué quiere usted que hablemos, señora? ¿Qué hay ahorita en común entre usted y yo, de qué vamos a hablar, de qué igualdad vamos a hablar?”. A mí siempre me ha conmovido la Domitila. Además nosotros vivimos en México y en América Latina una sociedad totalmente jerarquizada, en que las necesidades de unas mujeres son totalmente distintas a las de las otras. Una campesina qué va a tener la misma necesidad que una señora que vive en Las Lomas, y además por lo general acaba siendo la criada o la sirvienta de la señora que vive en Las Lomas.
–Ahora, este sistema neoliberal, parece que obliga a la gente muy marginal a adaptarse a un mundo que no tiene nada que ver con su cultura, sus raíces, como puede ser el mundo indígena. ¿Qué tiene que hacerse en México para defender ese mundo tan poco protegido?
–Esto se ve aquí, ve a caminar aquí en la calle, en Miguel Ángel de Quevedo, te da coraje, dices: cómo es posible que la gente no tenga absolutamente nada, y ese es un problema social que ya nos acostumbramos a él. Tú y yo ya nos acostumbramos a ver a los niños pasar entre los coches con sus chicles, pero una señora cubana una vez que le hice unas críticas acerca del régimen de Castro, en lo que se había vuelto la revolución, me dijo: “sí Elena, pero si tú vas a Cuba nunca verás lo que yo veo en México desde la primera noche en que aterriza el avión, que veo a niños en las calles pidiendo limosna, madres con niños de pecho pidiendo limosma”.
–Eliseo Diego decía que el único lugar donde podía dormir tranquilo era en Cuba, porque sabía que ningún niño se estaba muriendo de hambre.
–Bueno, hay un testimonio todavía más bello de la esposa de Alejo Carpentier, Lilia, que dijo que ella en Cuba en la noche se sentía bien al dormir porque sentía que todos habían comido lo mismo. Pero ahora no es igual, porque los que tienen acceso a las tiendas de los diplomáticos comen mejor, lo cual es otra vez volver a caer en la desigualdad.
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–Elenita, tú siempre has estado en posiciones cercanas a la izquierda.
–Francamente de izquierda.
–¿Cómo te mueves en el medio cultural donde la intelectualidad se ha dividido tanto en el caso Chiapas, con esta postura tuya? ¿No recibes críticas, no te peleas?
–Sí, claro que sí recibo críticas, me siento muy rechazada muchas veces, muy condenada, a veces muy vapuleada, pero desde luego mucho menos siempre que la gente que de veras está luchando. Yo lo único que hago, si quieres, es solidarizarme, pero yo no lucho, yo no estoy en la selva comiendo víboras y teniendo enfermedades del estómago. Yo estoy aquí muy tranquila.
–Conociste a Benita Galeana, ¿cómo era ella?
–Era muy brava, guapa, alta, que no sabía leer ni escribir. Bueno, yo la vi hace poco y escribía en máquina ya, pero con muchas dificultades. Para escribir le ayudó primero Juan de la Cabada, que era un tipazo, y luego el que fue deveras bueno con ella como un pan, y además tiene una crónica maravillosa sobre los ferrocarriles, es este periodista Mario Gil, a quien no se le ha hecho justicia, un gran cronista, y no sabes hasta que murió cómo la ayudó. Un tío mío, que se llamaba el Conejo, bueno así le decían en el “Ambassadeurs”, Paquito Iturbe Escandón, un señor excéntrico que le ayudó mucho a Orozco comprándole pinturas y le ayudó a pintar murales a Rodríguez Lozano, bueno, un gran promotor de arte en este país… pues ese Paquito la ayudó a la Benita Galeana y la invitaba a cenar al “Ambassadeurs” y le decía “no, tú vente con tu trenza, tú con tu trenza”, y la sacaba y la llevaba para arriba, para abajo. Y yo por una de las razones que me acerqué a Benita fue por el tío Paquito.
“Otra mujer formidable a la que nunca se le hizo nada de reconocimiento fue Concha Michel, amiga de Lupe Marín, y lo que hizo Vicente T. Mendoza con el folclor mexicano, ella recogió todos los corridos populares, las canciones antiguas, las apuntó todas, y las cantaba en todas partes, recorrió la república mexicana con su guitarra. Fue mujer de Hernán Laborde, del Partido Comunista. Y era una tipaza que tampoco le han hecho nada de justicia.
“Y había otra, Aurora… ay, cómo se llama, luego te doy el nombre, aparece en mi libro de Tina Modotti… la mujer de Héctor Godoy, muralista, y era una mujer a todo dar. Pero ahora hay un gran rescate de las mujeres”.
–Conocemos tu apoyo para el libro de Adriana Malvido sobre Nahui Ollin. Fabienne Bradu ha hecho la vida de Antonieta y acaba de sacar Damas de Corazón, con biografías sobre Machila Armida, Consuelo Sunsin, María Asúnsolo, Ninfa Santos y Guadalupe Marín, etc. Pero son mujeres que brillaron en los veinte, los treinta. Pero si venimos un poco más acá, supongo que trataste a Rosario Castellanos.
–Uy, sí. Pero fíjate que yo la amé muchisísimo, me pareció una maravilla de mujer. Era de las gentes que te hacen ilusión, que sabes que la vas a ver y te llenas de ilusión. Pero yo no fui por ejemplo su gran amiga así como Dolores Castro, simplemente fui una gente que la quise mucho y admiré mucho su eficacia. Ella escribió para La noche de Tlatelolco ese poema que se llama “Memorial de Tlatelolco”, y me dijo: “te lo tengo dentro de ocho días”. Y de repente a los ocho días me habló: “Elena, por qué no vienes por el poema, ya está listo”. Era una mujer que lo que decía lo hacía. Y yo la quise mucho porque era la gracia personificada. Era una mujer llena de gracia.
–También era una mujer muy graciosa, en otro sentido, muy mágica, Elena Garro. A ella la traté más que a Rosario, pero con Rosario Castellanos se me derrite el corazón. Era su fragilidad, su ternura, su sentido del humor”.
–Elenita Garro, mujer de imaginación, juguetona, ¿no?
–Sí, y además tenía las piernas tan bonitas como las de Marlene Dietrich, no sabes qué piernas tenía. Han de decir que en qué me fijo, ¿verdad?
–Pero de estas mujeres que has tratado en tu vida, luchadoras, a quién has querido más.
–Me la pones difícil. El amor por la Jesusa Palancares fue tan violento que me achicharró. Pero hay otras que he amado mucho, pero que no son conocidas ni reconocidas. Una mujer que a mí me encanta es Evangelina Corona, la del terremoto.
–La de las costureras. ¿Cómo te acercaste a ella?
–Yo me fui a San Antonio Abad. Me fui allí nada más, luego del terremoto, así se dio la relación. Como periodista. Ser periodista es una maldición, pero también una bendición. Es una mujer formidable. ¿Y sabes a otra mujer que yo quise mucho? A la mamá de Carlos Monsiváis. La traté y ella le dejó de herencia a Monsiváis quererme, porque el Monsiváis, por él, no me quisiera nada. El no quiere nada a las mujeres, le interesan un poquito.
–Pero a ti te quiere.
–Pero porque su mamá lo obligó, de veras, te lo juro.
–Y tú como mujer que tiene una vocación y una lucha también, en tu relación con los hombres, profesionalmente, ¿te han ayudado, te han marginado?
–Mira, por ejemplo Juan Rulfo, cuando salió la edición de Ficción que dirigía Sergio Pitol en la Universidad Veracruzana, de Lilus-Kikus, él hizo la contraportada. Siempre me apoyó mucho en general. Octavio Paz hizo el prólogo de La noche de Tlatelolco que se tradujo como Masacre en México. Me hizo leer a Sigüenza y Góngora, lo leí rápidamente, es de la época de Sor Juana, me maravilló. Otra gente que siempre he sentido su cariño y su apoyo es Héctor Aguilar Camín, es algo que percibes por intuición: jamás lo veo pero lo percibo. Es una actitud de él, y también hacia Ángeles, siento que la apoya muchísimo. Yo percibo porque siempre me pregunta con afecto “en qué estás trabajando”, se interesa. De la gente joven es el que más interés me ha demostrado por mi trabajo.
* * *
–Escribiste un libro sobre una mujer marginal, Angelina Beloff, esa actitud de abandono de Diego Rivera, que hablabas, la del hombre que pasa así por la vida. ¿Piensas escribir algo más sobre mujeres?
–Yo toda la vida voy a escribir acerca de mujeres. ¿Ahora sabes qué cosa hice? Traduje las memorias de mi mamá. Se van a publicar. Yo le pedí que hiciera algo, “cuéntame tu vida”, y entonces me escribió las memorias. Y no sabes, como ella estuvo en la Segunda Guerra Mundial y manejó una ambulancia, pues tiene una vida muy fascinante. Se llama Paula Amor, es prima de Pita Amor. Además no sabes qué linda es, tiene 87 años, es una viejita divina. Pero fue una mujer preciosa. Escribe en francés y yo las traduje todas al español. Nada más tengo que trabajar con ella en aclarar ciertas cosas, luego pone cosas de cierta gente que ya ni pifa, ni existe, entonces hay que quitar. Luego de repente te habla de 1928 y al ratito ya te está hablando de 1980. Le digo “no mami, no puedes hacer esos brincotes”, entonces tengo que poner todo en orden. Pero eso sí lo he hecho con un enorme gusto. Voy retedespacio, porque como siempre hago todo lo que no debo de hacer.
–¿Cómo se van a llamar?
–Fíjate que yo quería ponerle lo de Renato Leduc, “Dar tiempo al tiempo”, pero eso no le gustó mucho. Es retedifícil ponerle título a las memorias, cómo les pones. Cómo les pones. Entonces le tengo que buscar uno. A mí me conmueve mucho este libro pero es de mi mamá, ahora hay que ver si les funciona para los que no es la mamá de muchos lectores.
–¿Sabes de quién no hemos hablado? De otra mujer luchadora, Rosario Ibarra.
–Ah sí, esa es otra mujer que yo quiero muchísimo. La primera vez que la vi fue en la manifestación en contra de que habían nombrado a Díaz Ordaz embajador en España. ¿Te acuerdas de que iban gritando por las calles de México: “Al pueblo, de España, no le manden esa araña?”. Ahí se me acercó Rosario, y me dijo: “yo la quiero ver, yo la quiero ir a buscar”, y la invité a la casa. Recuerdo la expresión en su rostro, y vino a la casa. Y Pagés Llergo me decía: “Qué necesidad de andar buscando a esta señora, probablemente hay gato encerrado. Cuántos artículos vas a escribir de esto”, porque yo trabajaba enSiempre!. Y yo le decía: “pues déjame hacerle unos dos”, y decía: “no, esa señora no da ni para medio artículo”. Así era Pagés. “Y además, no te metas en líos”. Y yo pues hasta la fecha me estoy metiendo en líos y hasta la fecha soy devota de Rosario. Pero ahora la veo muy poco, pues como está trabajando tanto… Ella para que veas sí es de clase media alta de Monterrey, pues su hijo desapareció en un coche Grand Marquis. Ella se pudo quedar encerrada en su casa a chillar. Y lo que hizo fue volverse de un día para otro en una formidable luchadora social, una como no hemos tenido en mucho tiempo. Muchas de las cosas que ella dice a mí me parecen a veces equivocadas en su discurso, pero lo que ella ha hecho consigo misma, la construcción de la Rosario Ibarra que ella se ha vuelto es una maravilla.
“Rosario y yo íbamos a Nueva York a una cosa de desaparecidos políticos, y de repente íbamos caminando por el pasillo ese del aeropuerto y salieron miles a tomarnos muchas fotos, y yo le digo: ‘ay Rosario, mire qué populares somos’, y ella me dice: ‘ay Elenita, no sea usted ingenua, son de la Federal de Seguridad y nos están fichando’. Por eso yo digo que tengo un ángel de la guardia del tamaño del mundo. Lo que pasa es que ella está en el centro de una lucha muy fuerte.
–Y tú, tu lucha. Por ejemplo, con lo de Chiapas tú has dicho tu verdad y has estado a favor de las causas de este conflicto. ¿Qué ha significado para ti?
–Mira, México es muy sorprendente, porque en un país donde la retórica más aterradora es la revolución y siempre te están atestando la revolución desde hace 60 años y todo es la revolución y la revolución, de repente hay una revolución y todo el mundo se enoja, ¿no te has fijado? Y todo el mundo quisiera echar a Marcos cien metros bajo tierra. Ahora, para mí él sí es una figura moral, y yo creo que para muchos jóvenes también. Los jóvenes necesitan creer en alguien, creer en algo, y obviamente Marcos es una figura muy romántica. Yo creo que el diálogo no se da aquí en el Zócalo porque tienen tal terror de que el Zócalo vuele en mil pedazos porque la gente se va tras de Marcos. Bueno, a mí nunca me ha importado como sea Marcos, con capucha o sin capucha, pero ahora ya se sabe que se le pone un nombre y es Rafael Vicente Guillén, hijo de un papá que de tal palo tal astilla, que dices hijo de tigre pintito, igualitos los dos, y entonces ya hay una figura muy concreta en quién centrar toda la situación.
–¿Y cuál es tu lucha más fuerte?
–Mi lucha conmigo misma. Todas las noches. Tu lucha contra quién es contra ti mismo. Es la lucha con la melancolía.
Y no hablamos de Frida.
Fuente: Revista Proceso en línea, véase: http://www.proceso.com.mx/?p=359007