12 de Noviembre natalicio de Sor Juana

Evocación a Sor Juana en su cumpleaños

Sor Juana y Quevedo...todo se puede decir

Las palabras eran perlas con las que podría hacer collares, ladrillos con los que construiría castillos, lodo con el que fabricaría personas...

Sor Juana precursora de la nueva mujer I

La palabra de sor Juana se edifica frente a una prohibición…Su decir nos lleva a lo que no se puede decir...

Sor Juana precursora de la nueva mujer II

Curiosa irredenta, estudiosa del mundo que le tocó vivir, poeta, mujer misterio, fiel a su vocación

Mujeres inconvenientes, sin centavear

Su producción literaria se caracteriza por su sinceridad y fuerza, que alcanzan tonos desconocidos de sus contemporáneos

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9 de enero de 2014

Ángeles Mastretta: Con ajenos pensares

Uno convive con los escritores muertos como si estuvieran vivos. Vienen a nuestra casa y se instalan a conversar de todo. Quizás no de la república, pero sí de que el volcán Popocatépetl echaba fumarolas cuando nació Sor Juana, mientras que Amado Nervo nunca lo vio sino quieto.
En el hermoso y encantado libro con que Nervo volvió a poner a Sor Juana en el ánimo de los desmemoriados mexicanos, dos siglos y medio después de su nacimiento, cita al padre Calleja, su primer biógrafo, cuando describe que ella nació cerca de “dos montes que no obstante lo diverso de sus cualidades, en estar cubierto de sucesivas nieves el uno, y manar el otro perenne fuego, no se hacen mala compañía entre sí”. Después, en un pie de página, Nervo comenta cuán raro le parece que apenas dos siglos atrás el volcán estuviera en actividad constante. No sabía él que un siglo después de su asombro estaríamos, nosotros, viendo brotar fuego y cenizas, no siempre ahí cerca, pero sí todas las noches, en un aparato que tal vez él, curioso y deslumbrado por las rarezas del mundo, encontraría cosa del cielo, porque da “la ilusión de una proximidad emocionante”. Como la que él sintió bajo el aire de Nepantla, la primera vez que ahí estuvo, “vagando entre los campos anegados de luna”.
Las cosas que podía escribir Nervo en elogio de un mundo que ya no sabemos nombrar así, porque le hemos tomado muchas fotos. Yo no sé cómo describir la emoción que provoca el volcán alardeando de brutal frente a un mundo que lo mira temiéndole menos que a otros fuegos.
Hace apenas un siglo, Nervo escribió deslumbrado por Sor Juana y la elogió como hacía mucho tiempo que no sucedía.
Hoy nos resulta normal que se hable de la monja como un ser excepcional cuya mente ayudó a formar “el alma de la Patria e hizo que se destacara poco a poco la individualidad de la misma”.
¿Quién se atrevería ahora a hablar así de quienes forman la idea, el pensamiento, la individualidad de nuestro país? Conmueve leer a Nervo hablando de nuestra patria, ya nadie habla aquí de la Patria, así, con mayúscula. Ahora es México, el México que querríamos, no el que tenemos, el México con un futuro indeciso, el México del desencanto y muchas veces del miedo. ¿Quién diría de unos jóvenes militares, de éstos que mueren porque sí, porque nadie, lo que escribió Nervo para los Niños Héroes?
Descansa, y que tu ejemplo persevere, 
que el amor al derecho siempre avive; 
y que en tanto que el pueblo que te quiere 
murmura en tu sepulcro: “¡Así se muere!”, 
la fama cante en él: “¡Así se vive!”.
Esta pasión de Nervo y Sor Juana por su país, ya no se dice así.
Escribió Sor Juana elogiando un huerto de la Nueva España en que le tocó vivir.
Pues si las flores le aclaman
Razón es que mi fineza
Ayude a su aclamación
Están los poetas sobre mi escritorio y andan aquí diciendo lo que se me ocurre al leerlos.
A propósito del volcán, hablamos del fuego. Y dijo Juana de Asuaje, como afirman que debería escribirse.
Que el Cielo todo en llamas encendido
De improviso a la tierra se ha venido
Y es tan crespo el volumen de centellas,
¡Que son rasgos el Sol, Luna y Estrellas!
Rasgo el sol, comparado con el volcán echando luces. Sin duda. De qué manera viene a cuento. Sor Juana siempre viene a cuento. Es cosa de llamarla. Y esto mismo creyó Nervo.

Todo yo soy un acto de fe.
Todo yo soy un fuego de amor.
Lo recitaba mi abuela que era memoriosa y aprendió de joven toda esta poesía, lo que entonces era como aprender canciones. Yo conocí de Nervo escuchándola decir.

Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas
[agoreras
Nervo tiene frente a los tres tomos que están en mi escritorio, con las obras completas de la monja, una reverencia compartida conmigo. Supo que genios como ella no se dan todos los siglos y dijo con sencillez, al presentar el libro con sus reflexiones:

En este libro casi nada es propio:
con ajenos pensares pienso y vibro,
y así, por no ser mío y por acopio,
este libro es quizá mi mejor libro.

Busco en el tomo dos, el de los Autos y Loas, algo con que corresponda la monja. Y encuentro lo que podría ser su elegante agradecimiento:
Salgan signos de la boca 
de lo que el corazón arde
que nadie creerá el incendio
si el humo no da señales.
—Tiene razón, diría el volcán.
—Siempre la tiene, digo yo.
Desde el pequeño libro blanco dedicado a honrarla, dice Nervo: “Para un cerebro tan límpido como el suyo fue posible estudiar tanto y cosas tan varias al mismo tiempo, porque el poder de su ingenio bastaba de sobra a discernirlas y diferenciarlas”.
Vuelvo a Sor Juana para dar las gracias y ella responde con un guiño:
Quien vive por vivir sólo
sin buscar más altos fines,
de lo viviente se precia
de lo racional se exime;
y aun de la vida no goza:
pues si bien llega a advertirse,
el que vive lo que sabe, sólo sabe lo que vive.
—Madre, qué honda y acibarada elocuencia la vuestra, dice Nervo en su libro.
Y yo creo que ella estaría contenta de encontrar en otro poeta el reconocimiento que muchos le negaron por envidia. Y podría contarnos esto que escribió para explicarla: “Y así como ninguno quiere ser menos que otro, así ninguno confiesa que otro entiende más, porque es consecuencia del ser más. Sufrirá uno y dirá que el otro es más noble que él, que es más rico, que es más hermoso; pero que es más entendido, apenas habrá quien lo confiese…”.
—Habéis de ser admirable en todo. Hasta en cómo nombrar la envidia, dice Nervo.
—También usted supo de aclamación y envidias, le digo yo al delgadísimo Amado Nervo.
Y hojeando a la Sor le comento:
—Cuando murió lo lloraron multitudes y hubiera podido decirse de él lo que usted dijo del rey Carlos II, hemos de entender que porque así obligaba el tiempo, y no porque fuera del todo verdad sino porque además de ser preciso rimaba de manera tan hermosa que fue menester decirlo y decírselo a quien fuera:

El Agua pula cristales
la Tierra ostente matices
el Viento soplos aliente,
el Fuego luces avive:
¡Agua, Tierra, Viento y Fuego!
Todo a sus plantas se rinde
Cierto. Todavía en los años cincuenta del siglo XX, los adultos lo citaban a propósito de todo. Ni se diga el “Albor de un idilio”. Recuerdo, por ejemplo:
Nos amamos los dos intensamente,
aunque nunca lo digan nuestros labios.
¿Para qué ir a buscar las expresiones,
si tanto nos decimos al mirarnos?
O este otro:
Quisiera ser el rayo transparente
de la luna plateada y misteriosa,
para besar tu nacarada frente
en medio de la noche silenciosa.
Aún ahora, cuando enardecen las cantinas, nunca falta el valiente que alza su copa para decir “Cobardía”, su poema más célebre.
…Pero tuve miedo de amar con locura, 
de abrir mis heridas, que suelen sangrar, 
¡y no obstante toda mi sed de ternura, 
cerrando los ojos, la dejé pasar! 

—Triste, difícil y contagioso, le digo a la Sor, para seguir en la tertulia, mientras busco en su segundo tomo algunos de mis versos preferidos:

Si arde el mar, ¿qué hará la tierra?
Si el agua, ¿qué harán las flores?
Si los peces, ¿qué los brutos?
Si las ondas, ¿qué los montes?
Si la espuma, ¿qué la hierba?
Se vuelven divertidas las reuniones que hacen, sobre la mesa de mi estudio, los grandes escritores.
Sor Juana y Nervo pasaron hasta la medianoche hablando de sus coincidencias. Del tiempo, de la muerte, del desamor y el agua, del pasado y el miedo. De la escritura.
Nervo estaba feliz. Yo, ni se diga. Sucede con los poetas lo mismo que con los acróbatas, sólo el que ha intentado danzar como ellos sabe el tamaño de la dificultad que esconde la aparente textura fácil de un verso.
Dijo Nervo:

Por esa puerta huyó diciendo: “¡nunca!”
Por esa puerta ha de volver un día…
Al cerrar esa puerta dejó trunca 
la hebra de oro de la esperanza mía. 
Por esa puerta ha de volver un día. 

—¡Bravo maestro! ¡Viva la esperanza!, dije yo más borracha que ninguno.
Diuturna enfermedad de la esperanza
que así entretienes mis cansados años
y en el fiel de los bienes y los daños
tienes en equilibrio la balanza;
Escribió la Sor que tiene para todos. Nervo aplaudió y yo caí rendida con estos cuatro primeros versos de un soneto que no me conocía.
—Se acabó, dijo el tomo de Sor Juana cerrándose porque es grueso y no lo detuve. Así que la “Lírica Personal” se quedó muda.
Antes de irme a dormir, les dije de memoria dos líneas que me sé como si fueran una lección de siempre. A propósito del llanto y las pasiones, escribió Juana Inés hace mil años, cuando yo tenía quince:
Porque va borrando el alma
lo que va dictando el fuego.
Ángeles Mastretta. Escritora. Autora de MaridosMal de amoresMujeres de ojos grandes Arráncame la vida, entre otros títulos.
Fuente: Revista nexos
Véasehttp://www.nexos.com.mx/?p=14871

20 de abril de 2013

La Juana de Amado


Nota: Imagen disponible en internet, no corresponde al texto original
En Amado Nervo (1870‑1919) coexisten tres figuras recurrentes pero distintas que los años se han encargado de codificar: el poeta popular cuyos poemas se convirtieron en canciones de una cursilería ejemplar muy ad hoc para amas de casa; el escritor modernista de poco talento cuya obra no alcanzó a tocar ninguna de las fibras estéticas de su tiempo. Por último, el hombre de su siglo que practicó el ensayo y la crónica, la poesía y el periodismo, y sin embargo lo mataron las ideas recibidas en su infancia en el seminario donde le inyectaron y preceptos religiosos de baja estofa, que produjeron en él una miserable y pobre visión de Dios y de los seres humanos.
Ninguna de esas tres imágenes le hacen justicia a la obra de un escritor que fue capaz de encarar la tradición -léase modernismo y otros movimientos fin de siglo-, asumirla con el único fin de trascenderla posteriormente. Basta acercarse a las etapas de la producción literaria de Nervo para comprobar su ascesis. La prosa fue su pasión y su gran afán perfeccionista; escribió cuentos y crónicas diversas, y uno de los textos que más lo definen, Juana de Asbaje (1910). Se trata de un libro que leyó Nervo en la Unión Ibero‑Americana de Madrid, el 28 de abril de 1910, como parte de los festejos del centenario de la independencia de México. En ese tiempo, explica Alatorre en su prólogo, un platillo exquisito de información y crítica literaria, "Sor Juana era conocida en México -y en todas partes- por las redondillas contra los Hombres necios, que ni siquiera hacía falta leer, pues muchos las sabían de memoria".
Este libro, que ahora aparece con prólogo y edición de Antonio Alatorre, es sin duda un trabajo pionero, iniciador de la apreciación de la obra y la vida de sor Juana Inés de la Cruz, la gran poetisa del siglo XVII, que había sido menospreciada y poco entendida. En su mensaje inicial dice: "Queridos paisanos, Sor Juana es más de lo que ustedes piensan". Y Alatorre agrega: "Ningún mexicano, a lo largo de todo el siglo XIX, había lanzado ese esencialísimo mensaje". Y es que el siglo XIX olvidó rotundamente a Sor Juana. Muchas son las razones, ingratas unas, torpes otras, y casi todas provocadas por la "mira", el punto de vista de la crítica literaria, siempre tan frágil a las tesis aprobadas por mayoría. Nervo traspasó con su Juana de Asbaje esa línea de sombra. Hizo, entre otras cosas, un retrato agudo de la muerte de Sor Juana, la madrugada aquella del 17 de abril, "en que entre cuatro cirios y con un severo traje de mística golondrina, quedó, rígida, tendida, en la capilla del convento, la mujer siempre afable, siempre expresiva, movida siempre por una inteligente y afectuosa actividad; la mujer de grandes ojos luminosos, ventanas del genio, de fina nariz, de boca bella y pródiga en palabras de vida y de sapiencia, que con ágil y elegante andar recorría como una bendición los claustros; la religiosa en todas prendas superlativa; la mujer misteriosa que al nacer traía un alma ya muy vieja, venida de no sé qué mundos superiores, para la cual fue un juego aprender a leer a los tres años, embelesar a los ocho con su discreción y maravillar a los diez y siete con su ciencia!".
Alatorre, que ha polemizado con algunos estudiosos de Sor Juana, gran erudito de los siglos XVI y XVII de la literatura española, ha hecho un trabajo minucioso con el libro. Así, lo pone al alcance no solamente de los especialistas sino de todos los interesados en la literatura, del lector común. Pero primero nos explica los motivos del olvido en que el siglo XIX sumió a Sor Juana. Un botón de muestra. Alatorre alude al "complejo de inferioridad" de la "mayor parte de los críticos mexicanos del siglo XIX, que en su condena del culteranismo se dejaban guiar siempre por lo que decían los españoles". A lo que se agrega la primera Historia de la literatura española escrita por George Ticknor, catedrático de Harvard, para quien Sor Juana fue "más notable como mujer que como poeta; nació en Guipúzcoa en 1651 y murió en México en 1695". Nadie se molestó en decirle a Ticknor, "señor, Sor Juana nació en Nepantla, cerca de Amecameca, ¡por Dios!".
Con su estudio preciso y contundente sobre Sor Juana, Nervo abrió a los especialistas de la literatura del siglo XVII un amplio margen de discusión de los alcances y la dimensión de la obra de la monja jerónima, que aún sigue en pie. Inició además un tema de la opresión a la mujer, que el feminismo del siglo XX ha tomado como bandera. Dice Nervo: "La mujer de aquella época, en la Colonia sobre todo, de santos se daba si la enseñaban a leer, escribir y contar, medianuchamente siquiera". Más aún, subraya que en esa época atrasada "todo el mundo incitó a Sor Juana a versificar, a discurrir, a pensar, con excepción quizá del obispo de Puebla, don Manuel Fernández de Santa Cruz, quien con las enaguas de Sor Philotea de la Cruz le dijo las famosas palabras: 'Mucho tiempo ha gastado v.md. en el estudio de los filósofos y poetas; ya será razón que se perfeccionen los empleos y se mejoren los libros' ".
El análisis de Nervo sigue paso a paso vida y obra de Sor Juana, la ubica, la relaciona con las costumbres, los hábitos y las lecturas de su siglo. En verdad, limpia la imagen de Sor Juana, un acto que era necesario después de un siglo XIX dedicado a menospreciarla o por lo menos a perdonarle algunos sonetos. Juana de Asbaje es una lectura que seguramente iluminó a los lectores de hace casi un siglo. Los tuvo que haber llevado por la vida de Sor Juana, señalándoles sus tropiezos, las presiones que recibió por su condición de mujer y monja, las rendijas que halló para no ceder y escribir, escribir. Hay libros interesantes por su información, guías para seguir a un autor y su obra, eruditos, profundos a fuerza de las reflexiones a que obligan al lector, entretenidos, refrescantes por su prosa clara. El de Nervo reúne esos atributos y se le agrega uno más, que me parece el más significativo: ser pionero en la valoración de sor Juana Inés de la Cruz, en un siglo que la había condenado a la retórica conceptista. Es un libro escrito, se ve claramente, con gusto, y este gusto lo transmite a sus lectores. 
Después de una búsqueda incesante por hallar, primero lo sobrenatural, luego lo "cotidiano poético", y sobre todo el amor que no llegó jamás, Nervo desembocó en el silencio. "De hoy más, sea el silencio mi mejor poesía". La purificación que deseaba no apareció por ningún lado, aunque sin darse cuenta la vivió mediante una rara expiación que hoy llamaríamos autocrítica. De su propia obra fue su propio verdugo. En su Juana de Asbaje dice:
Cuando en mis mocedades solía tomar suavemente el pelo a algunos de mis lectores, escribiendo mallarmeísmos que nadie entendía, sobró quien me llamara maestro; y tuve cenáculo, y dizque fui jefe de escuela y llevé halcón en el puño y lises en el escudo...
En la monja de Nepantla halló no solamente un talento capaz de iluminar la "oscuridad" de su tiempo sino de vaticinar el futuro. Fue su interlocutora a distancia, su encuentro con el artista que es condenado por los dictados de la demencia que conduce a las sombras. La siguió incluso en la última recta del camino; Sor Juana dejó de escribir y, presionada por el obispo de Puebla, "sor Filotea de la Cruz" renunció a sus lecturas. Entonces, dice su primer biógrafo, el padre Calleja, enfermó
esta prodigiosa mujer, de no trabajar con el estudio. Así lo testificaban los médicos, y la hubieron los superiores de dar licencia para que, de fatigarse, viviese. Volvió a sus libros con sed de prohibida, poniéndose rigurosos preceptos de no entrar a celda ninguna, porque en todas era tan bien querida que no podía entrar y salir presto.
Del aislamiento a la muerte sólo hubo un paso. Morir era igual a abandonar el conocimiento. Amado Nervo llegó también a ese momento, "estoy fatigado del alpinismo", y se plantó. Cuando la evoca, la llama "divina sombra", y esta divina sombra lo conquistó de manera absoluta como puede verse en Juana de Asbaje.
Nervo hizo un libro que es ensayo, antología de opiniones diversas de la obra poética de Sor Juana, antología de los textos más rigurosos de ella, biografía mínima, recolección de materiales básicos, como el del padre Calleja, primer biógrafo de la monja jerónima. Nervo entregó un libro que sería siempre recordado por su cálida escritura con que la retrata. Los problemas que cita aún siguen vigentes: ¿cuál es el origen de Sor Juana? ¿Qué significado último es el de su obra mayor, Primero Sueño? ¿Por qué se "dejó morir"? Con gran sencillez, Nervo dice que la respuesta es "el más bello documento que nos queda sobre la vida de la gran monja, el espejo donde se copia su imagen gigantesca. Léanla quienes tengan amor a la Musa no Décima, sino única de aquel tiempo, a la más radiante figura de mujer que haya atravesado nunca por los panoramas de nuestra historia, a la que exclamaba, sin embargo, en la carta misma: '¿De dónde a mí tanto favor? ¿Por ventura soy más que una pobre monja, la más mínima criatura del mundo y la más indigna de ocupar vuestra atención?' ".
No son pocos los méritos del libro que aquí se comenta. Basta decir que constituye la primera lectura total de Sor Juana en el siglo XX.
Amado Nervo
Juana de Asbaje
Introducción y edición
de Antonio Alatorre
CNCA
México, 1994
194 pp.

Fuente: Nexos
Realiado por:
Alvaro Ruiz Abreu. Escritor. Es autor de José Revueltas: Los muros de la utopía
Diponible en:http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=448242
Fecha de publicación: 01/04/1996

2 de agosto de 2012

Revista Nexos: Ángeles Mastretta, Loas y caos sin una biblioteca (extracto)



Exquisito texto de la siempre genial Ángeles Mastretta, publicado en la revista Nexos.Si ella descubrió a sor Juana en secundaria, yo la leí a ella a placer en la preparatoria.











La poesía es un consuelo venga de donde venga. Tengo también a Lope y a Quevedo. En cierto modo a Góngora porque tengo a sor Juana que a mí me gusta más. A sor Juana, aquí cerca, muchas veces encima del escritorio, para robarle un adjetivo o responderle con sus propias palabras: “oyendo vuestras canciones / me he pasado a cotejar /cuán misteriosas se esconden /aquellas ciertas verdades / debajo de estas ficciones”. Ocurrencias así, hasta en los “Autos y Loas” donde uno diría que no se entiende mucho de nada. Pero en donde todo suena a todo y cada todo es excepcional. Gran lugar común que un tiempo no lo fue y ahora no mucho se frecuenta: la querida monja. Yo con ella sí puedo decir que he estado desde siempre, porque a los catorce años me sedujo con las contradicciones que en su ánimo provocaban Feliciano y Lisardo, Fabio y Silvio. Recuerdo lo que fue leerla por primera vez, en un libro de literatura para segundo de secundaria. Me acuerdo hasta del tono que había en la luz de esa mañana en el colegio. Siempre fui como de otro siglo, para eso de contar los amores. Aunque no me hubiera gustado vivir en tiempos de sor Juana. ¿A quién? Del pasado los libros y los sueños, a mí que me dejen el presente para tirarlo a diario por la ventana de los diarios. Para curarme con aspirinas los daños y los riesgos. Para venerar a la Sor sin vivir en su convento. 


Texto completo en: http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=2099364

Fecha de publicación: 01/07/2011

24 de junio de 2012

Revista Nexos: Ángeles Mastretta, Sor Juana siempre viene a cuento


Fecha: 01/06/2012


FUENTE
http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulov2print&Article=2102716 
Con ajenos pensares
Ángeles Mastretta
Uno convive con los escritores muertos como si estuvieran vivos. Vienen a nuestra casa y se instalan a conversar de todo. Quizás no de la república, pero sí de que el volcán Popocatépetl echaba fumarolas cuando nació Sor Juana, mientras que Amado Nervo nunca lo vio sino quieto.

En el hermoso y encantado libro con que Nervo volvió a poner a Sor Juana en el ánimo de los desmemoriados mexicanos, dos siglos y medio después de su nacimiento, cita al padre Calleja, su primer biógrafo, cuando describe que ella nació cerca de “dos montes que no obstante lo diverso de sus cualidades, en estar cubierto de sucesivas nieves el uno, y manar el otro perenne fuego, no se hacen mala compañía entre sí”. Después, en un pie de página, Nervo comenta cuán raro le parece que apenas dos siglos atrás el volcán estuviera en actividad constante. No sabía él que un siglo después de su asombro estaríamos, nosotros, viendo brotar fuego y cenizas, no siempre ahí cerca, pero sí todas las noches, en un aparato que tal vez él, curioso y deslumbrado por las rarezas del mundo, encontraría cosa del cielo, porque da “la ilusión de una proximidad emocionante”. Como la que él sintió bajo el aire de Nepantla, la primera vez que ahí estuvo, “vagando entre los campos anegados de luna”.

Las cosas que podía escribir Nervo en elogio de un mundo que ya no sabemos nombrar así, porque le hemos tomado muchas fotos. Yo no sé cómo describir la emoción que provoca el volcán alardeando de brutal frente a un mundo que lo mira temiéndole menos que a otros fuegos.

Hace apenas un siglo, Nervo escribió deslumbrado por Sor Juana y la elogió como hacía mucho tiempo que no sucedía.

Hoy nos resulta normal que se hable de la monja como un ser excepcional cuya mente ayudó a formar “el alma de la Patria e hizo que se destacara poco a poco la individualidad de la misma”.

¿Quién se atrevería ahora a hablar así de quienes forman la idea, el pensamiento, la individualidad de nuestro país? Conmueve leer a Nervo hablando de nuestra patria, ya nadie habla aquí de la Patria, así, con mayúscula. Ahora es México, el México que querríamos, no el que tenemos, el México con un futuro indeciso, el México del desencanto y muchas veces del miedo. ¿Quién diría de unos jóvenes militares, de éstos que mueren porque sí, porque nadie, lo que escribió Nervo para los Niños Héroes?

Descansa, y que tu ejemplo persevere,
que el amor al derecho siempre avive;
y que en tanto que el pueblo que te quiere
murmura en tu sepulcro: “¡Así se muere!”,
la fama cante en él: “¡Así se vive!”.


Esta pasión de Nervo y Sor Juana por su país, ya no se dice así.
Escribió Sor Juana elogiando un huerto de la Nueva España en que le tocó vivir.

Pues si las flores le aclaman
Razón es que mi fineza
Ayude a su aclamación 


Están los poetas sobre mi escritorio y andan aquí diciendo lo que se me ocurre al leerlos.
A propósito del volcán, hablamos del fuego. Y dijo Juana de Asuaje, como afirman que debería escribirse.

Que el Cielo todo en llamas encendido
De improviso a la tierra se ha venido
Y es tan crespo el volumen de centellas,
¡Que son rasgos el Sol, Luna y Estrellas!


Rasgo el sol, comparado con el volcán echando luces. Sin duda. De qué manera viene a cuento. Sor Juana siempre viene a cuento. Es cosa de llamarla. Y esto mismo creyó Nervo.

Todo yo soy un acto de fe.
Todo yo soy un fuego de amor.


Lo recitaba mi abuela que era memoriosa y aprendió de joven toda esta poesía, lo que entonces era como aprender canciones. Yo conocí de Nervo escuchándola decir.

Al reventar el alba del día que me quieras,
tendrán todos los tréboles cuatro hojas
[agoreras


Nervo tiene frente a los tres tomos que están en mi escritorio, con las obras completas de la monja, una reverencia compartida conmigo. Supo que genios como ella no se dan todos los siglos y dijo con sencillez, al presentar el libro con sus reflexiones:

En este libro casi nada es propio:
con ajenos pensares pienso y vibro,
y así, por no ser mío y por acopio,
este libro es quizá mi mejor libro.

Busco en el tomo dos, el de los Autos y Loas, algo con que corresponda la monja. Y encuentro lo que podría ser su elegante agradecimiento:

Salgan signos de la boca
de lo que el corazón arde
que nadie creerá el incendio
si el humo no da señales.


—Tiene razón, diría el volcán.
—Siempre la tiene, digo yo.
Desde el pequeño libro blanco dedicado a honrarla, dice Nervo: “Para un cerebro tan límpido como el suyo fue posible estudiar tanto y cosas tan varias al mismo tiempo, porque el poder de su ingenio bastaba de sobra a discernirlas y diferenciarlas”.

Vuelvo a Sor Juana para dar las gracias y ella responde con un guiño:

Quien vive por vivir sólo
sin buscar más altos fines,
de lo viviente se precia
de lo racional se exime;
y aun de la vida no goza:
pues si bien llega a advertirse,
el que vive lo que sabe, sólo sabe lo que vive.


—Madre, qué honda y acibarada elocuencia la vuestra, dice Nervo en su libro.
Y yo creo que ella estaría contenta de encontrar en otro poeta el reconocimiento que muchos le negaron por envidia. Y podría contarnos esto que escribió para explicarla: “Y así como ninguno quiere ser menos que otro, así ninguno confiesa que otro entiende más, porque es consecuencia del ser más. Sufrirá uno y dirá que el otro es más noble que él, que es más rico, que es más hermoso; pero que es más entendido, apenas habrá quien lo confiese…”.
—Habéis de ser admirable en todo. Hasta en cómo nombrar la envidia, dice Nervo.
—También usted supo de aclamación y envidias, le digo yo al delgadísimo Amado Nervo.

Y hojeando a la Sor le comento:
—Cuando murió lo lloraron multitudes y hubiera podido decirse de él lo que usted dijo del rey Carlos II, hemos de entender que porque así obligaba el tiempo, y no porque fuera del todo verdad sino porque además de ser preciso rimaba de manera tan hermosa que fue menester decirlo y decírselo a quien fuera:

El Agua pula cristales
la Tierra ostente matices
el Viento soplos aliente,
el Fuego luces avive:
¡Agua, Tierra, Viento y Fuego!
Todo a sus plantas se rinde


Cierto. Todavía en los años cincuenta del siglo XX, los adultos lo citaban a propósito de todo. Ni se diga el “Albor de un idilio”. Recuerdo, por ejemplo:

Nos amamos los dos intensamente,
aunque nunca lo digan nuestros labios.
¿Para qué ir a buscar las expresiones,
si tanto nos decimos al mirarnos?


O este otro:

Quisiera ser el rayo transparente
de la luna plateada y misteriosa,
para besar tu nacarada frente
en medio de la noche silenciosa. 


Aún ahora, cuando enardecen las cantinas, nunca falta el valiente que alza su copa para decir “Cobardía”, su poema más célebre.

...Pero tuve miedo de amar con locura,
de abrir mis heridas, que suelen sangrar,
¡y no obstante toda mi sed de ternura,
cerrando los ojos, la dejé pasar! 

—Triste, difícil y contagioso, le digo a la Sor, para seguir en la tertulia, mientras busco en su segundo tomo algunos de mis versos preferidos:

Si arde el mar, ¿qué hará la tierra?
Si el agua, ¿qué harán las flores?
Si los peces, ¿qué los brutos?
Si las ondas, ¿qué los montes?
Si la espuma, ¿qué la hierba?


Se vuelven divertidas las reuniones que hacen, sobre la mesa de mi estudio, los grandes escritores.

Sor Juana y Nervo pasaron hasta la medianoche hablando de sus coincidencias. Del tiempo, de la muerte, del desamor y el agua, del pasado y el miedo. De la escritura.
Nervo estaba feliz. Yo, ni se diga. Sucede con los poetas lo mismo que con los acróbatas, sólo el que ha intentado danzar como ellos sabe el tamaño de la dificultad que esconde la aparente textura fácil de un verso.
Dijo Nervo:

Por esa puerta huyó diciendo: “¡nunca!”
Por esa puerta ha de volver un día...
Al cerrar esa puerta dejó trunca
la hebra de oro de la esperanza mía.
Por esa puerta ha de volver un día. 

—¡Bravo maestro! ¡Viva la esperanza!, dije yo más borracha que ninguno.

Diuturna enfermedad de la esperanza
que así entretienes mis cansados años
y en el fiel de los bienes y los daños
tienes en equilibrio la balanza; 


Escribió la Sor que tiene para todos. Nervo aplaudió y yo caí rendida con estos cuatro primeros versos de un soneto que no me conocía.

—Se acabó, dijo el tomo de Sor Juana cerrándose porque es grueso y no lo detuve. Así que la “Lírica Personal” se quedó muda.

Antes de irme a dormir, les dije de memoria dos líneas que me sé como si fueran una lección de siempre. A propósito del llanto y las pasiones, escribió Juana Inés hace mil años, cuando yo tenía quince:

Porque va borrando el alma
lo que va dictando el fuego. 


Ángeles Mastretta. Escritora. Autora de MaridosMal de amoresMujeres de ojos grandes y Arráncame la vida, entre otros títulos.


31 de enero de 2012

Revista Nexos: Si sor Juana tuviera Facebook

03/01/2011
Si sor Juana tuviera Facebook
Claudia Calvin Venero ( Ver todos sus artículos )
El siguiente ensayo traza las pautas de una agenda pendiente en la nueva supercarretera de la información: el acceso y el papel de la mujer en el mundo digital

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