- Fuente: Javier Treviño Castro
- En: http://www.vanguardia.com.mx/sorjuanaen360grados-1147192.html
- 12 noviembre 2011
360 años cumple la gran poeta novohispana que es ‘para nosotros una presencia más pura, más entrañable y corpórea que todo este presente de amargura y de mezquindad’
A la memoria del poeta
Tomás Segovia
Mira la fiera borrasca
que pasa en el mar del pecho,
donde zozobran, turbados,
mis confusos pensamientos.
Sor Juana Inés de la Cruz
Te juro que estoy mirándote
Fuera de este poema
Donde corro contigo
Abrazado a un impulso y ciego a toda meta]
Tomás Segovia
Sor Juana Inés de la Cruz es una esfinge con muchos secretos que innumerables lectores querríamos develar. ¿Quién fue realmente esta mujer de la que tantos estuvieron y estamos enamorados? Insignes historiadores, poetas y lingüistas mexicanos y extranjeros han formado un coro en torno de esta monja novohispana para desentrañar el misterio que nimba tanto a su persona como a su obra.
Porque como en otros pocos poetas, vida y obra se entremezclan de tal modo que no parece árido inferir episodios biográficos en virtud de la obra o explicarse ésta a partir de los pocos datos que tenemos de una vida envuelta ya en la bruma del tiempo. La que sería Sor Juana Inés nació en 1651 (?) y murió en 1695, en un colonizado territorio hispano al que se impuso el nombre de Nueva España y que hoy conocemos como México. Llegó al mundo histórico cuando la Conquista había dado paso al Virreinato; fue contemporánea de la intriga palaciega, de las retorcidas luchas europeas y de un ambiente permeado por la estela de la Contrarreforma: el “ethos” barroco, una forma de ser y de entender el mundo. El barroco florece en el 17 pero su naturaleza agónica es atemporal. Así y entonces, esta enclaustrada es una flor de monstruosa belleza.
Entre los investigadores y la propia Sor Juana tenemos un retrato más o menos fiel, más o menos ideal de su persona, su carácter, su constitución emocional, su poética, su filosofía, su ideario social, o para decirlo llanamente, su ideología. Desde el Padre Calleja, su primer biógrafo, hasta, digamos, Alejandro Soriano Vallés —el ensayista que se empeña en lavar las culpas de la iglesia católica novohispana ante la infamia cometida por ésta contra la autora de “Primero Sueño”—, forman legión quienes se han ocupado de Sor Juana y de su obra. Sin embargo, ella sigue siendo una esfinge, nuestra esfinge.
Para conocerla “por de dentro” hay que leerla y no conformarnos con ver su imagen estampada en los billetes de 200 pesos o con recitar los tres primeros versos de su redondilla “Hombres necios...” Sor Juana está presente, de intelecto y corazón enteros, en sus poemas, su “Carta Athenagórica”, su “Respuesta a sor Filotea de la Cruz”, sus villancicos, sus comedias de enredo, su teatro religioso y hasta en su “Neptuno Alegórico”, una minuciosa descripción en prosa de una suerte de “instalación” eclesiástica para celebrar la llegada del nuevo virrey a la Nueva España.
Es bien sabido que mucha de su obra fue escrita por encargo, pero eso no impidió a Sor Juana filtrar “el borrón” de sus propios pareceres y la convicción de entretejerse, ella misma, en la trama de los versos solicitados. ¿Sus temas? Los de siempre: el amor, el abandono, la soledad, la melancolía, la identidad. Y en el fondo de sí misma, otros muy arraigados: el conocimiento, la Divinidad, la autonomía del ser, y sobre todo, la libertad de la mujer. Sólo un poema, dice ella, fue escrito bajo la protección de su albedrío neoplatónico: el extraordinario “Primero Sueño”. Pues hasta su “Respuesta a Sor Filotea” fue, en resolución, un encargo, pero uno gracias al cual Sor Juana nos habla mucho y deliciosamente de sus andanzas y opiniones.
El retrato es otro de sus temas favoritos. Lo encontramos en sus poemas, sus dramas y hasta en sus villancicos. Un ejemplo célebre es el soneto que inicia con el verso: “Éste que ves, engaño colorido...” Otro es el retrato que también de sí misma hace en la comedia “Los Empeños de una Casa” (Jornada primera, cuadro primero, escena II), apenas oculta bajo el personaje de “Leonor”, quien con coquetería pero sin soberbia, confiesa a su interlocutora: “Decirte que nací hermosa / presumo que es excusado, / pues lo atestiguan tus ojos / y lo prueban mis trabajos...” Este último verso es un elogio de la cosmética, sin duda. ¿Podemos imaginar a Sor Juana depilándose las cejas y pasando suavemente un trozo de betabel por sus mejillas? Claro que sí.
“Leonor” continúa su confesión: “Inclinéme a los estudios / desde mis primeros años / con tan ardientes desvelos, / con tan ansiosos cuidados que reduje a tiempo breve / fatigas de mucho espacio. / Conmuté el tiempo, industriosa, / a lo intenso del trabajo / de modo que en breve tiempo / era el admirable blanco / de todas las atenciones, / de tal modo que llegaron / a venerar como infuso / lo que fue adquirido lauro...” ¿No resulta evidente que es Sor Juana quien habla por boca de este personaje dramático? Con palabras similares y sin necesidad de enmascararse tras “Leonor” o la “Santa Catarina” de su villancico, nuestra monja jerónima declara esto mismo, pero en prosa, en su “Respuesta a sor Filotea de la Cruz”, escrita en 1691, al borde de la catástrofe.
Y qué retrato de sí misma hace Sor Juana en su romance “Finjamos que soy feliz, triste pensamiento, un rato”. En él, la melancolía del apasionado por saber y el desengaño que conlleva tal quimera se revela tan acremente obvia como en el grabado de Durero. Alguien, por alguna razón, se ha negado al amor, y al hacerlo, ha abrazado otro amor, el del conocer: ambos le han dejado con un palmo de narices, pues el amor apasionado suele traicionar y el amor por el conocimiento conduce al abismo: “Vanidad de vanidades...” Por si poco fuera, el amor divino, “representado” por la iglesia, no sólo la abandonó, también la destruyó con rencor misógino.
Parece este romance de Sor Juana un “réquiem” estrujante: “¿Qué loca ambición nos lleva / de nosotros olvidados? / Si es para vivir tan poco, / ¿de qué sirve saber tanto?..” Uno querría estrechar en brazos de polvo a esta mujer que se remontó desde temprano en su “piramidal y funesta sombra, nacida de la tierra”. Pero ¿qué decirle?, ¿cómo consolarla?
Nictímene novohispana, Sor Juana es para nosotros una presencia más pura, más entrañable y corpórea que todo este presente de amargura y de mezquindad. ¿Qué digo? Ella, “la peor de todas”, sí que sufrió tiempos aciagos. Como nosotros, que, en muchos sentidos, seguimos siendo una pedestre Nueva España.
El dato
En honor al nacimiento de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, su nombre, hoy se conmemora en México el Día Nacional del Libro
Tomás Segovia
Mira la fiera borrasca
que pasa en el mar del pecho,
donde zozobran, turbados,
mis confusos pensamientos.
Sor Juana Inés de la Cruz
Te juro que estoy mirándote
Fuera de este poema
Donde corro contigo
Abrazado a un impulso y ciego a toda meta]
Tomás Segovia
Sor Juana Inés de la Cruz es una esfinge con muchos secretos que innumerables lectores querríamos develar. ¿Quién fue realmente esta mujer de la que tantos estuvieron y estamos enamorados? Insignes historiadores, poetas y lingüistas mexicanos y extranjeros han formado un coro en torno de esta monja novohispana para desentrañar el misterio que nimba tanto a su persona como a su obra.
Porque como en otros pocos poetas, vida y obra se entremezclan de tal modo que no parece árido inferir episodios biográficos en virtud de la obra o explicarse ésta a partir de los pocos datos que tenemos de una vida envuelta ya en la bruma del tiempo. La que sería Sor Juana Inés nació en 1651 (?) y murió en 1695, en un colonizado territorio hispano al que se impuso el nombre de Nueva España y que hoy conocemos como México. Llegó al mundo histórico cuando la Conquista había dado paso al Virreinato; fue contemporánea de la intriga palaciega, de las retorcidas luchas europeas y de un ambiente permeado por la estela de la Contrarreforma: el “ethos” barroco, una forma de ser y de entender el mundo. El barroco florece en el 17 pero su naturaleza agónica es atemporal. Así y entonces, esta enclaustrada es una flor de monstruosa belleza.
Entre los investigadores y la propia Sor Juana tenemos un retrato más o menos fiel, más o menos ideal de su persona, su carácter, su constitución emocional, su poética, su filosofía, su ideario social, o para decirlo llanamente, su ideología. Desde el Padre Calleja, su primer biógrafo, hasta, digamos, Alejandro Soriano Vallés —el ensayista que se empeña en lavar las culpas de la iglesia católica novohispana ante la infamia cometida por ésta contra la autora de “Primero Sueño”—, forman legión quienes se han ocupado de Sor Juana y de su obra. Sin embargo, ella sigue siendo una esfinge, nuestra esfinge.
Para conocerla “por de dentro” hay que leerla y no conformarnos con ver su imagen estampada en los billetes de 200 pesos o con recitar los tres primeros versos de su redondilla “Hombres necios...” Sor Juana está presente, de intelecto y corazón enteros, en sus poemas, su “Carta Athenagórica”, su “Respuesta a sor Filotea de la Cruz”, sus villancicos, sus comedias de enredo, su teatro religioso y hasta en su “Neptuno Alegórico”, una minuciosa descripción en prosa de una suerte de “instalación” eclesiástica para celebrar la llegada del nuevo virrey a la Nueva España.
Es bien sabido que mucha de su obra fue escrita por encargo, pero eso no impidió a Sor Juana filtrar “el borrón” de sus propios pareceres y la convicción de entretejerse, ella misma, en la trama de los versos solicitados. ¿Sus temas? Los de siempre: el amor, el abandono, la soledad, la melancolía, la identidad. Y en el fondo de sí misma, otros muy arraigados: el conocimiento, la Divinidad, la autonomía del ser, y sobre todo, la libertad de la mujer. Sólo un poema, dice ella, fue escrito bajo la protección de su albedrío neoplatónico: el extraordinario “Primero Sueño”. Pues hasta su “Respuesta a Sor Filotea” fue, en resolución, un encargo, pero uno gracias al cual Sor Juana nos habla mucho y deliciosamente de sus andanzas y opiniones.
El retrato es otro de sus temas favoritos. Lo encontramos en sus poemas, sus dramas y hasta en sus villancicos. Un ejemplo célebre es el soneto que inicia con el verso: “Éste que ves, engaño colorido...” Otro es el retrato que también de sí misma hace en la comedia “Los Empeños de una Casa” (Jornada primera, cuadro primero, escena II), apenas oculta bajo el personaje de “Leonor”, quien con coquetería pero sin soberbia, confiesa a su interlocutora: “Decirte que nací hermosa / presumo que es excusado, / pues lo atestiguan tus ojos / y lo prueban mis trabajos...” Este último verso es un elogio de la cosmética, sin duda. ¿Podemos imaginar a Sor Juana depilándose las cejas y pasando suavemente un trozo de betabel por sus mejillas? Claro que sí.
“Leonor” continúa su confesión: “Inclinéme a los estudios / desde mis primeros años / con tan ardientes desvelos, / con tan ansiosos cuidados que reduje a tiempo breve / fatigas de mucho espacio. / Conmuté el tiempo, industriosa, / a lo intenso del trabajo / de modo que en breve tiempo / era el admirable blanco / de todas las atenciones, / de tal modo que llegaron / a venerar como infuso / lo que fue adquirido lauro...” ¿No resulta evidente que es Sor Juana quien habla por boca de este personaje dramático? Con palabras similares y sin necesidad de enmascararse tras “Leonor” o la “Santa Catarina” de su villancico, nuestra monja jerónima declara esto mismo, pero en prosa, en su “Respuesta a sor Filotea de la Cruz”, escrita en 1691, al borde de la catástrofe.
Y qué retrato de sí misma hace Sor Juana en su romance “Finjamos que soy feliz, triste pensamiento, un rato”. En él, la melancolía del apasionado por saber y el desengaño que conlleva tal quimera se revela tan acremente obvia como en el grabado de Durero. Alguien, por alguna razón, se ha negado al amor, y al hacerlo, ha abrazado otro amor, el del conocer: ambos le han dejado con un palmo de narices, pues el amor apasionado suele traicionar y el amor por el conocimiento conduce al abismo: “Vanidad de vanidades...” Por si poco fuera, el amor divino, “representado” por la iglesia, no sólo la abandonó, también la destruyó con rencor misógino.
Parece este romance de Sor Juana un “réquiem” estrujante: “¿Qué loca ambición nos lleva / de nosotros olvidados? / Si es para vivir tan poco, / ¿de qué sirve saber tanto?..” Uno querría estrechar en brazos de polvo a esta mujer que se remontó desde temprano en su “piramidal y funesta sombra, nacida de la tierra”. Pero ¿qué decirle?, ¿cómo consolarla?
Nictímene novohispana, Sor Juana es para nosotros una presencia más pura, más entrañable y corpórea que todo este presente de amargura y de mezquindad. ¿Qué digo? Ella, “la peor de todas”, sí que sufrió tiempos aciagos. Como nosotros, que, en muchos sentidos, seguimos siendo una pedestre Nueva España.
El dato
En honor al nacimiento de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, su nombre, hoy se conmemora en México el Día Nacional del Libro
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